Eduardo Rodríguez Farré (Argelès-sur-Mer, 1942), médico, profesor de investigación en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona y miembro del comité científico sobre los nuevos riesgos para la salud de la Comisión Europea, lleva años estudiando los efectos para la salud de ciertos grupos de la población del metilmercurio presente en algunos pescados.
Pregunta. ¿Le parecen exageradas las recomendaciones de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria (AESAN) del Ministerio de Sanidad?
Respuesta. Al contrario, me parecen muy oportunas, ya que están en la línea de las recomendaciones emitidas hace años en otros países desarrollados. La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA), que es un referente en este campo, ya fijó a principios de la década pasada unos niveles máximos admisibles de metilmercurio en las personas. En algunos restaurantes de California hay carteles a la entrada que avisan a las embarazadas de los pescados que no deben comer.
P. ¿Cuáles eran esos límites?
R. El máximo que no se puede superar es de 0,1 microgramos de ingesta de metilmercurio por cada kilo de peso de la persona al día. La Organización Mundial de la Salud, controlada por los Estados, mostró muchas reticencias a establecer un límite. Cuando lo hizo, fijó los 0,4 microgramos por kilo, y luego lo bajó a los 0,3.
P. ¿Se ha precipitado el Ministerio de Sanidad?
R. El principio de precaución que se aplica en salud pública obliga a proteger a la población incluso cuando existan dudas sobre la toxicidad de algún alimento. En este caso se ha esperado demasiado. Hay evidencias contundentes desde finales de los noventa sobre la contaminación de ciertos pescados y los efectos negativos sobre el desarrollo neurológico de fetos y niños pequeños.
P. ¿A qué pescados afecta?
R. A todos los grandes predadores, que ocupan un lugar elevado en la cadena trófica. El mecanismo es el siguiente: el mercurio llega al mar procedente en parte de vertidos y como resultado de la actividad industrial humana. Los microorganismos que están en el mar lo transforman en metilmercurio, que es la forma más tóxica de este metal. El metilmercurio sigue un proceso muy largo de bioacumulación en la cadena trófica: los invertebrados comen el plancton, los peces grandes se comen a los pequeños, y así se va acumulando. Los peces que están en la cima de la cadena trófica, como el pez espada, el atún o el lucio acumulan más cantidad que el resto.
P. ¿Todo el atún o solo el atún rojo?
R. Todos los atunes están en la cima de la cadena trófica y, por tanto, acumulan metilmercurio.
P. ¿Por qué entonces la AESAN solo cita el atún rojo?
R. No lo sé, es algo que me desconcierta. Aunque puede haber diferencias según la dieta y las rutas migratorias de cada tipo de atún.
P. ¿Se puede reducir la cantidad de mercurio en el mar?
R. Sí, de hecho, se ha reducido en los últimos 20 años. Habría que detener los vertidos contaminantes, entre otras cosas.
P. ¿Cuándo se descubrió la cadena de contaminación?
R. En los años cincuenta, a raíz de una epidemia ocurrida en Japón, en la Bahía de Minamata. El vertido de mercurio por parte de una fábrica química provocó una epidemia de una enfermedad neurológica entre la población local. Los efectos de la contaminación por metilmercurio a través de la ingesta de ciertos pescados fueron luego confirmados por otros estudios epidemiológicos en sitios tan dispares como Brasil, Canadá o las Islas Feroe.
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