Del general Franco como aficionado a la caza y a la pesca se hicieron, durante cuarenta largos años de dictadura, millones de cuchicheos y miles de chistes. Pero después de su muerte se han hecho pocas investigaciones destinadas a comprobar si realmente era tan buen pescador y cazador como la leyenda aseguraba. Con todo, ahora se cumple medio siglo de un hecho portentoso: Franco, a bordo del Azor , pescó, en los primeros días de agosto de 1957, un enorme cachalote, de nada menos que 2.800 kilos. Por increíble que parezca, todos los datos indican que tal pesca fue verdadera... aunque sus detalles la desmitifican.
¿Era Franco buen cazador? ¿Y pescar, sabía pescar bien? Los testimonios que algunos curiosos investigadores han buscado entre los entendidos que tuvieron la oportunidad de seguir de cerca sus aficiones indican que fue mejor pescador que cazador. Llegaron a decir de él que era “el terror de las perdices” y de hecho hay no pocas fotos del general ante colosales acumulaciones de perdices muertas, imágenes que podríamos encontrar también de Alfonso XIII y del general Primo de Rivera. El ex ministro José Solís, uno de los pocos que hablaron de estas intimidades del general, dijo que “Franco era mejor pescador que cazador. No es que se le acotasen los ríos para que pescase más, sino que en los lugares donde pescaba, desde dos o tres días antes, no pescaba ningún otro pescador”.
Esta última apreciación parece la más certera. El periodista Pablo González, reconstruyó de la mano del ex guarda José Manso Vázquez, el Lindrín , las jornadas de pesca del dictador, a quien ayudó a cobrar grandes piezas, en no pocas ocasiones, en el río Mandeo. Manso decía que Franco “no era un gran pescador”, pero añadía “que no le amañaban las capturas”. Lo que sí está comprobado, y el guarda lo corroboró, es que el tramo del río de mayor calidad era acotado quince días antes de la llegada del ilustre pescador, con lo cual los peces, al decir de Manso “no estaban avisados”.
También parece que en aquellos lejanos años cincuenta no se acostumbraba a pescar con las moscas y las cucharillas de las que el general podía disponer; aunque la clave está en esas eficaces reservas de los recodos más propicios de los ríos Ulla o Mandeo, donde los reos, y sobre todos los grandes salmones, entraban con facilidad a la caña del general y de sus expertos ayudantes. José Manso se lo dijo al periodista: “No soltaban camionadas de peces”, que es lo que mucha gente decía en sus chistes. Ni se los enganchaban secretamente. Pero cualquier otro pescador medianamente especializado, en esas condiciones de río acotado durante dos semanas, hubiera tenido éxitos equiparables.
“He visto a Franco pescar, andar, saltar de peña en peña, levantar a pulso un salmón de nueve kilos.’’ Carlos Mendo, periodista de la Agencia Efe, escribió asombrado estas palabras después de pasar una jornada de pesca con el dictador. No fue la única: cada vez que llegaba la temporada del salmón, los periódicos españoles recibían crónicas de corte encomiástico sobre la práctica de un deporte que, andando el tiempo, el Jefe del Estado fue alternando con la práctica del golf en el campo de La Zapateira, el único que millones de españoles oían nombrar en su vida. Curiosamente, hay una fotografía del general pescando en la que se le ve con sombrero, traje de cheviot completo y corbata, un atuendo que no parece el más adecuado para la pesca.
¿Era Franco buen cazador? ¿Y pescar, sabía pescar bien? Los testimonios que algunos curiosos investigadores han buscado entre los entendidos que tuvieron la oportunidad de seguir de cerca sus aficiones indican que fue mejor pescador que cazador. Llegaron a decir de él que era “el terror de las perdices” y de hecho hay no pocas fotos del general ante colosales acumulaciones de perdices muertas, imágenes que podríamos encontrar también de Alfonso XIII y del general Primo de Rivera. El ex ministro José Solís, uno de los pocos que hablaron de estas intimidades del general, dijo que “Franco era mejor pescador que cazador. No es que se le acotasen los ríos para que pescase más, sino que en los lugares donde pescaba, desde dos o tres días antes, no pescaba ningún otro pescador”.
Esta última apreciación parece la más certera. El periodista Pablo González, reconstruyó de la mano del ex guarda José Manso Vázquez, el Lindrín , las jornadas de pesca del dictador, a quien ayudó a cobrar grandes piezas, en no pocas ocasiones, en el río Mandeo. Manso decía que Franco “no era un gran pescador”, pero añadía “que no le amañaban las capturas”. Lo que sí está comprobado, y el guarda lo corroboró, es que el tramo del río de mayor calidad era acotado quince días antes de la llegada del ilustre pescador, con lo cual los peces, al decir de Manso “no estaban avisados”.
También parece que en aquellos lejanos años cincuenta no se acostumbraba a pescar con las moscas y las cucharillas de las que el general podía disponer; aunque la clave está en esas eficaces reservas de los recodos más propicios de los ríos Ulla o Mandeo, donde los reos, y sobre todos los grandes salmones, entraban con facilidad a la caña del general y de sus expertos ayudantes. José Manso se lo dijo al periodista: “No soltaban camionadas de peces”, que es lo que mucha gente decía en sus chistes. Ni se los enganchaban secretamente. Pero cualquier otro pescador medianamente especializado, en esas condiciones de río acotado durante dos semanas, hubiera tenido éxitos equiparables.
“He visto a Franco pescar, andar, saltar de peña en peña, levantar a pulso un salmón de nueve kilos.’’ Carlos Mendo, periodista de la Agencia Efe, escribió asombrado estas palabras después de pasar una jornada de pesca con el dictador. No fue la única: cada vez que llegaba la temporada del salmón, los periódicos españoles recibían crónicas de corte encomiástico sobre la práctica de un deporte que, andando el tiempo, el Jefe del Estado fue alternando con la práctica del golf en el campo de La Zapateira, el único que millones de españoles oían nombrar en su vida. Curiosamente, hay una fotografía del general pescando en la que se le ve con sombrero, traje de cheviot completo y corbata, un atuendo que no parece el más adecuado para la pesca.
“Tras la activa jornada de ayer, el Jefe del Estado ha retornado al ejercicio de la pesca, en la que, por cierto, está obteniendo éxitos resonantes. Había que ver con qué laconismo admirativo expresaban los viejos pescadores del muelle donostiarra la categoría de la hazaña de capturar un ballenato de las dimensiones del conseguido por el Generalísimo hace unos días en aguas cantábricas. El pez, antes de ser descuartizado, dio en la báscula la respetable cifra de 2.800 kilos, con unas medidas, de cabeza a cola, de más de cuatro metros. Evidentemente el Caudillo le ha causado esta captura una natural satisfacción, como lo demuestra el hecho, comprobado por nosotros mismos, de aceptar con amplia sonrisa las muchas felicitaciones de personas de todas las clases sociales que valoraban la proeza del Generalísimo. El arponero del Azor disparó, pero no acertó de pleno en el cetáceo. Entonces fue cuando Franco, con varios tiros de carabina, alcanzó el corazón del pez, siendo izado a bordo del yate, que no conocía pieza semejante en los días de su rica historia pesquera.
Hoy Franco habrá prendido, con su destreza, varias piezas de atún o de cimarrón, especies de las que, aunque gusta en su mesa, es posible no prueba ni un bocado, o si acaso eso: un bocado.
Muchos españoles tendrán curiosidad por saber lo que el Caudillo dispone que se haga con las piezas de pesca. Pues ni más ni menos que ordenar sean entregadas en su mayor parte a los centros benéficos de la ciudad, cuyos acogidos han gustado con frecuencia de las excelencias de estas piezas capturadas por el primer pescador de España. En alguna ocasión queda un kilejo en la cocina del yate. Estos ejercicios de la pesca están fortaleciendo la salud del Jefe del Estado de forma extraordinaria. Su rostro, bronceado por el aire del mar, denota unas plenas facultades, en cuya opinión coinciden las personas que le rodean.”
Hoy Franco habrá prendido, con su destreza, varias piezas de atún o de cimarrón, especies de las que, aunque gusta en su mesa, es posible no prueba ni un bocado, o si acaso eso: un bocado.
Muchos españoles tendrán curiosidad por saber lo que el Caudillo dispone que se haga con las piezas de pesca. Pues ni más ni menos que ordenar sean entregadas en su mayor parte a los centros benéficos de la ciudad, cuyos acogidos han gustado con frecuencia de las excelencias de estas piezas capturadas por el primer pescador de España. En alguna ocasión queda un kilejo en la cocina del yate. Estos ejercicios de la pesca están fortaleciendo la salud del Jefe del Estado de forma extraordinaria. Su rostro, bronceado por el aire del mar, denota unas plenas facultades, en cuya opinión coinciden las personas que le rodean.”
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