Artículo de Delfín Puente, Presidente de la Real Asociación Asturiana de pesca fluvial.
Un simple análisis de la estadística de capturas de salmón en el Principado entre 1949 y 2011 refleja con claridad la tendencia regresiva de las poblaciones de este emblemático pez, mostrando un gráfico dominado por un auténtico «diente de sierra», plagado de «picos» y «valles», cuyo valor medio permite apreciar una recta de clara y contundente pendiente negativa. ¿Cuáles han sido las causas que han contribuido a esta disminución temporal de los salmones en Asturias? A falta de los datos de partida que son necesarios para cualquier diagnóstico, motivado probablemente por el escaso interés que han demostrado algunos países del arco atlántico en conocer de forma razonablemente precisa la biomasa de esta especie en los pastos marinos de los salmones, que no han hecho otra cosa que mirar para otro lado sin ejercer el debido control sobre la pesca industrial en el mar, mucho nos tememos que hay que circunscribirse a las aguas continentales para buscarlos.
Desde tiempo, a las aguas se les han buscado toda suerte de utilidades: abastecimiento humano, riego, uso industrial y energético, etcétera, incluyendo en el último lugar de la escala de prioridades las actividades recreativas, como la pesca y la navegación. Todas ellas, en mayor o menor medida, han contribuido en estos sesenta y dos años de historia reciente a la reducción de los espacios vitales donde el salmón atlántico culminaba su ciclo biológico en los ríos donde presuntamente nació tres o cuatro años antes. Y decimos presuntamente porque ni esto último ha sido demostrado en el cien por ciento de los casos.
Como hoy poco se puede hacer para evitar la existencia de presas de embalse, hemos de acudir a las acciones antrópicas (vertido de efluentes sin depurar, furtivismo y pesca deportiva) y a la actuación de los depredadores alóctonos, como los cormoranes, para obtener esa información que permita diagnosticar el problema y buscarle las soluciones.
La contaminación de los ríos es una responsabilidad de las administraciones públicas, que prefieren grandes depuradoras, que luego no se pueden mantener por falta de recursos, antes que actuar de forma individualizada, dotando de pequeñas instalaciones, mucho más baratas y efectivas, a todos los núcleos de población que vierten a los ríos.
El furtivismo es, a nuestro parecer, simple de erradicar: ya lo hemos dicho; es un problema de llana y simple información policial. Por tanto, si sobre los presuntos furtivos no se ejerce la debida presión por parte de quienes tienen la potestad y autoridad para ello, el resultado obtenido será como esos tres puntos perdidos en casa que nos impiden ser campeones o nos hacen descender a la categoría inferior.
Algo parecido sucede con el control de los depredadores alóctonos: a nadie se le debe pasar por la imaginación que los pescadores deseen su eliminación o descaste total, cosa por otra parte algo dificultosa; lo único que se quiere es su erradicación de los ríos salmoneros, es decir, su desplazamiento hacia zonas lacustres, como los grandes embalses, donde su dieta esté compuesta por ciprínidos, cuya abundancia es superior a la de los salmónidos.
Llegados a este punto, abordaremos ahora los efectos de la pesca deportiva sobre el salmón. Con cierta frecuencia se argumenta desde algunas posiciones que «la caña no acaba con las especies piscícolas», y quizá tengan razón, aunque mejor sería aportar cifras concretas que puedan avalar estas afirmaciones.
Remontándonos al fatídico 2009, con una tasa de capturas de 356 salmones oficialmente controlados, los efectos de la pesca deportiva fueron absolutamente negativos. Todos recordarán que no quedó ni un solo salmón en el río para el desove. Al año siguiente, cuando entraron en vigor las primeras medidas restrictivas encaminadas a la protección de la especie, el número total de capturas fue menor en términos absolutos (250 peces), pero mucho mayor relativamente, ya que hubo menos días hábiles para el sacrificio de los salmones, por lo que quedaron en los ríos para el desove natural una media de 900 ejemplares. En la campaña de 2011, con 1.044 capturas y parecido número de días hábiles, se ha registrado un aparente mejor retorno de peces y un más que aceptable número de reproductores en los distintos ríos asturianos, que en cualquier caso no ha podido ser estimado porque al final de la campaña no se llevó a cabo el contaje de «visu» realizado en septiembre de 2010, si bien por las informaciones de que disponemos es notablemente superior al del año pasado.
Por tanto, seguimos creyendo que, con absoluto respeto a la acción de gobierno, nadie puede discutir que el binomio «menos capturas, más salmones para desovar» es a lo que una sociedad moderna y culta debe tender, en clara simulación de actitudes existentes en otros países de fuerte tradición salmonera, por lo que en modo alguno se puede compartir el giro copernicano que supone volver a posiciones pasadas de pensar que las cañas no afectan a las poblaciones de salmón, lo cual se ha demostrado que está bastante alejado de la realidad, sobre todo cuando las técnicas de pesca desembocan en su sacrificio. Esa es la razón por la que consideramos que se debería actuar, precisamente, en sentido contrario, es decir, en el reforzamiento de las medidas de protección adoptadas con cierta timidez por anteriores administraciones, pero que iban claramente dando pasos hacia adelante en favor del salmón. Por consiguiente, eliminar los cotos parciales, consentir la utilización de toda suerte de artes y cebos, así como aumentar los cupos de capturas, sólo irá en detrimento de la especie y, consecuentemente, del interés general de Asturias y de España. Ese es el motivo por lo que nos reafirmamos en esa máxima con la que hemos convenido en titular el presente artículo: «La cantidad y la técnica de pesca sí importan». Los salmones deben servir para generar riqueza y para el disfrute de los pescadores, pero utilizando artes no lesivas para aquellos.
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