El dictador y el mar |
El horizonte era cárdeno y los rayos del sol iluminaban, desde abajo, unas nubes que se volvían sonrosadas, violeta, y se deshacían con el viento. Acodado en la borda, Franco dijo: "¡Quién fuera pintor!". De niño quiso serlo; y también marino. Ahora que lo tenía todo era pintor de domingo y marino de su yate. Quizá el nombre del barco, Azor, correspondía al ave de presa que pintaba con minuciosidad y cuidado; como si estuviera junto a ella y, abajo, un pueblo castellano. Brotaba sin duda algún subconsciente de esas imágenes. Franco hablaba de esto con su médico, Vicente Gil. Blanco y discreto, al fondo, el horizonte del Ferrol. El Ferrol del Caudillo.
El Caudillo había oído a un capitán de fragata, Nieto Antúnez, que sugirió que el Estado —el Estado era él— tuviese un yate de recreo. Nieto Antúnez le fue siempre fiel; llegó a ser almirante y ministro del Gobierno de transición, para sujetar las ataduras de Franco, y dimitió porque no quiso aceptar el reconocimiento de los partidos políticos. Fue uno de sus mejores compañeros de barco: con Max Borrell, que le enseñó a pescar, y con un Andrés Zala, que algunos suponían húngaro, otro palestino; quizá aristócrata, quizá diplomático. Los demás se mareaban. El médico, Vicente Gil, sufría como todos: pero cumplía con su obligación y con su devoción (se la pagaron al despedirle durante la última enfermedad de Franco con un televisor en color que le regaló doña Carmen). El Azor era un barco duro, lento, cabezón.
En 1949 había sido botado en los astilleros Bazán: su madrina, la señorita María del Carmen Franco Polo. Hacía poco tiempo que los periódicos la llamaban todavía "Carmencita Franco", hasta que recibieron la orden escrita, en papel sellado, de la autoridad de prensa: había que llamarla señorita, y por su nombre completo; más tarde sería obligatorio, junto al nombre, el título de marquesa de Villaverde.
El menú de la reunión de 1948 en el Azorín con Don Juan |
Franco se reía de sus invitados en el barco: no lo resistían. A veces, les gastaba bromas: hacía falsos "avisos a los navegantes" anunciando fuertes temporales inmediatos, se los hacía llevar al comedor y los leía en voz alta: se reía a carcajadas cuando los demás comenzaban ya a ponerse verdes. Los que le acompañaban entonces dicen que era feliz y que se sentía libre: conseguía salir de su propio régimen.
Sobre todo le entusiasmaba la pesca. Un día pescó un enorme calamar que conservó vivo para donarlo a un acuario (le llamó siempre "el monstruo marino"), pero algún tiempo después desapareció. Franco imaginaba que tenía algunas facultades que le habían permitido escaparse y saltar al mar, pero se averiguó que se lo había comido el señor Zala (el cocinero de a bordo era excelente pero la comida diaria era frugal, como lo fue siempre en la mesa del dictador). Los atunes eran su mejor presa. Su primo y secretario, el general Franco Salgado, decía fríamente que, con el coste del petróleo del Azor y el del buque de escolta, el sostenimiento de la tripulación —comandante, segundo, maquinista, tres suboficiales, tres cabos, 32 hombres; a los marineros Franco les reunía a veces en el sollado y les contaba leyendas gallegas de aparecidos— se conseguían los atunes más caros del mundo.
Pero la gran pesca fue la del enorme animal en la fecha del 1 de septiembre de 1958, conservada en las crónicas del barco. Fue difícil de definir; los primeros telegramas de prensa hablaron de una ballena de 20 toneladas: poco para una ballena. Las fotos mostraban al hombrecillo, con su gorra de yatchman y traje gris, riendo junto a la bestia; el público era poco sensible a la emoción del pescador y dio un cariz ridículo a todo ello. Algún periódico llamó a lo pescado cachalote, pero el Ministerio de Información —Arias Salgado— intervino rápidamente para que se le volviera a llamar ballena. Por fin se llegó a un acuerdo: tendría el nombre genérico de cetáceo.
En el Azor |
La censura era muy especial con las pescas milagrosas del jefe de Estado. En un concurso de salmón se quiso decir que uno de los capturados era el más grande de España y la censura lo prohibió.
Un director general llegó una vez de Nueva York con noticias importantes para una industria española, y con una caña que había comprado para Franco; el jefe del Estado no le dejó explicarse, y le aterró haciendo volar el anzuelo por el despacho en que le recibía.
La iniciación a la pesca se la debió a Max Borrell, cuando éste era gobernador civil de La Coruña y Franco veraneaba en el pazo de Meirás. Le llevó un día en un bote de pescar y vio su entusiasmo: al día siguiente Franco le llamó para que fueran otra vez: "Yo le diré a Carmen que nos prepare unas tortillas y unos filetes: así podremos estar más tiempo en la mar".
La tranquila aventura del Azor duró 26 años de la vida de Franco. Después quedó anclado y fue usado con timidez. Una vez, por la familia real (el Rey embarcó en él para pasar revista a la flota). Otra histórica vez, por Felipe González, en sus vacaciones de verano de 1985. Un pálido y leve crucero: de Lisboa a Rota.
Alguien debió aconsejarle mal, o quizá fue su deseo de asumir el pasado. La derecha criticó a González con sarcasmo y le acusó de querer meterse en la piel del sagrado antecesor. La izquierda, de ostentación y lujo. Muchos, sólo por rememorar el nombre del barco fantasma. Bajó en Rota y no volvió nunca más; ni nadie lo ha utilizado.
Quienes lo han visitado ahora dicen que el yate está como se construyó, con la añadidura final de Franco: dos camarotes de lujo para él y doña Carmen, la señora por antonomasia, que luego fue sólo de Meirás. Sus paredes son de madera de fresno y de raíz de sicomoro egipcio. Y su plata vieja, y la fina porcelana de sus vajillas y los camarotes de invitados donde los ministros y los embajadores lloraban del más simple de los miedos que habían tenido: el de la mar, como decían a bordo.
Las condiciones de navegación son perfectas: la tripulación lo ha mantenido sacándole por el Cantábrico. Y el cañoncillo que Franco mandó comprar en Noruega, con el que pescó el cachalote —perdón, el cetáceo— sigue a popa.
En 1990 navegó hasta El Ferrol para ser subastado. Se calcula que el precio de salida fueron 100 millones de pesetas, pero los posibles compradores se mantienen en secreto. Lo que se dice es que va a ser desguazado, y que con ello se ganará dinero. Pero hay quien cree que puede adquirirse para seguir paseando por el mar. Quien tenga dinero para pagar ese precio puede sin duda comprar fácilmente un yate moderno, con condiciones de navegación infinitamente mejores, más estable, menos doloroso para la diversión y para la pesca.
Pero sin recuerdos. Todo el fasto de un régimen, las horas libres de quien nunca consideró la libertad de los demás como necesaria, las sombras de almirantes, ministros, jefes de Estado extranjeros y nacionales, fraques, condecoraciones, gorras de comodoro, blazers con buenos y legítimos escudos bordados; brindis con agua, charlas sin cigarrillos, ensueños de imperio, de marino sin escuela, de pintor sin colores para el cielo gallego —pero con una Leika alemana de los viejos tiempos—: todo un trozo de la historia desdichada y fastuosa de la España reciente; son cosas que se pueden comprar. Quizá haya alguien que lo quiera precisamente así.
Desde el 21 de abril de 1949 Franco utilizó el Azor, construido en su Ferrol natal, como base de operaciones para la pesca del atún, a la que era tan aficionado. La nave albergó asimismo diversas reuniones políticas y en ella discutieron el dictador y Don Juan de Borbón, padre del actual Rey de España, el problema de la sucesión al franquismo. A estos encuentros se los recuerda con el nombre de Conversaciones del Azor.
Franco había contado antes con un yate menor, de igual nombre aunque él lo llamara Azorín, y que fue construido en 1925 en Kiel (Alemania) con madera de roble. El Azorín fue adquirido por un chatarrero que lo pagó 500.000 pesetas en una subasta celebrada en el puerto de Marín en septiembre de 1983.
El Azor en cambio fue subastado en 1990.
El caso es que para irse de viaje con el Azor a día de hoy hay que viajar a Cogollos, Burgos. Después de varios reveses con la justicia debido al tema del barco, Lázaro decidió partirlo en cinco trozos y volverlo a montar en Burgos, junto al Asador-Motel Azor, de su propiedad, un negocio que pudo haber sido fértil pero no lo fué, aunque como su propietario atestigua, “…es un reclamo cojonudo, todo el mundo conoce el asador por el barco.”
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