La respuesta por parte de los armadores no se ha hecho
esperar. Acusan a los ecologistas de falta de rigor y de criminalizar sin razón
a la flota «más controlada del mundo».
Son «lo peor de lo peor», un ejemplo de «los barcos más
destructivos y voraces que hay» ¿Por qué? Porque o bien pescan más de 170
toneladas al día, tienen una capacidad de carga de más de 2.000 toneladas, su
bodega supera los 3.700 metros cúbicos o el motor tiene más de 5.000 kilovatios
de potencia; bien emplean un método de pesca que tiene un impacto significativo
sobre el hábitat marino o el peso de las capturas accidentales es más del 20 %
de las totales; o bien pertenecen a una empresa que está expandiendo de forma
desmesurada su flota. Esos son los tres criterios básicos que Greenpeace ha
aplicado a los buques comunitarios para seleccionar a los 20 monstruos marinos,
una lista en la que se avistan once banderas distintas y en cinco casos ondea
la española: tres atuneros vascos -uno con base en Ribeira- y dos arrastreros
de fondo gallegos.
Los ecologistas sostienen que esos pesqueros deben ser
retirados de los mares para acabar con el problema de sobrecapacidad de la
flota en Europa y, en consecuencia, paliar la sobrepesca en todo el mundo. «Los
países europeos, especialmente España, tienen una capacidad de pesca superior a
lo que los océanos pueden asumir, y la única solución es recortar la flota» y
hacer desaparecer estas embarcaciones, que son «las más dañinas», apuntan desde
Greenpeace.
Eliminar los monsters boats y apoyar en su lugar a los
pescadores sostenibles. Y para los ecologistas está bien claro quienes son
estos últimos. Les ponen cara en su página web, donde han iniciado una recogida
de firmas en contra de los monstruos marinos que ha elegido. Se llaman Beiauea
Kataunati, de Kiribati, o Mykonos Spyri, que vive en Grecia, Hanöbukten Bengt
Larsson, que pesca en Suecia o Pedro «Flechero», cuyo barco tiene base en
Cantabria. Es decir, la pesca artesanal es la 100 % sostenible y, por eso,
piden a los ministros de Pesca de la UE que, además de luchar contra los barcos
monstruosos, distribuyan las posibilidades de pesca a las empresas y autónomos
a nivel nacional y que tengan en cuenta los criterios sociales y
medioambientales a la hora de hacer el reparto.
La patronal pesquera niega que existan los «monstruos
marinos» en la actividad pesquera. Y cuenta con la certificación del Gobierno
español, que se apresuró a rechazar el informe de Greenpeace por su «falta de
rigor sobre la realidad de la flota española». Para el Ministerio de
Agricultura, los ecologistas atacan a la flota «más controlada y regulada»,
como es la de la UE, y obvian el auténtico problema, «que se focaliza en
algunos barcos de terceros países que practican sistemáticamente la pesca
ilegal, no declarada y no reglamentada».
Cepesca replica a las «monstruosas falsedades» explicando
que, como en el chascarrillo, el tamaño no es lo que importa. Que la dimensión
del buque es irrelevante para evaluar el impacto de su actividad sobre las
poblaciones de peces y el ecosistema, dado que la cantidad que capturan es la
que se marca a partir de estudios científicos sobre su estado biológico y la
vulnerabilidad del hábitat en los organismos internacionales. Y si son más
grandes es porque incorporan espacios y líneas para procesar, congelar y
almacenar a bordo, además de ser habitables y lo más cómodos posible para una
tripulación numerosa que durante cuatro o cinco meses tienen por vivienda las entrañas
de ese monstruo marino.
Así que, más que fijarse en el tamaño, hay que detenerse en
el cumplimiento de las medidas de gestión que se adopten sobre una base
científica en cada zona de pesca y sobre cada especie a la que se dirija la
flota, con independencia de si se trata de un barco de altura o de bajura. Y,
desde luego, un pesquero comunitario pocas opciones tiene de escapar al
control. Localizadas por satélite a través de la caja azul, con el diario
electrónico que monitorizan los Estados y, para más refuerzo, observadores a
bordo, están vigiladas. Cepesca resalta su firme compromiso en la lucha contra
la pesca ilegal y defiende la sostenibilidad, pero cree que esta trasciende a la
conservación de los recursos, ya que las empresas, «sean grandes o pequeñas»,
invierten y proporcionan empleo, crean riqueza y contribuyen al desarrollo de
las comunidades costeras. Porque, al final, en la película se llora la muerte
de King Kong, el monstruo.
Fuente: La Voz de Galicia
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