El pulpo es un recurso de primer orden para la flota de bajura gallega. La que se desarrolla en Galicia sobre esta especie es la pesquería artesanal más importante de Europa. Y, sin embargo, este cefalópodo continúa siendo un gran desconocido. De eso se lamenta siempre José Manuel Rosas, patrón mayor de Bueu, puerto en el que el pulpo tiene nombre propio y peso específico. Por eso el trabajo del grupo Ecobiomar (departamento de Ecología y Biodiversidad Marina) del Instituto de Investigacións Mariñas de Vigo (IIM), dependiente del CSIC, con importantes descubrimientos sobre la distribución, dieta, edad y el crecimiento de las larvas, es tan importante. Viene a cubrir alguna de las muchas lagunas que presenta la especie estrella de la bajura.
Esos
hallazgos, publicados en revistas de impacto como Fisheries Oceanography o
Progress in Oceanography, son el colofón del proyecto Lareco, liderado por el
grupo de investigación vigués y en el que también han participado el equipo de
Oceanología del mismo IIM y de las universidades de Aberdeen (Reino Unido) y
Lisboa (Portugal). Este trabajo se ha desarrollado durante los últimos cuatro
años, pero ha reunido toda la experiencia de Ecobiomar, un grupo que lleva 20
años investigando sobre las larvas plantónicas de cefalópodos en las rías
gallegas.
Todo el
trabajo les ha permitido concluir que hay factores climáticos y oceanográficos
que influyen en la mayor o menor abundancia de pulpo. Si bien esto era cuando
menos sospechado, sí ha constituido toda una novedad descubrir que las larvas
de pulpo no se distribuyen aleatoriamente por las aguas, sino que «habitan en
áreas que aumentan su supervivencia porque allí encuentran las condiciones
externas y las presas adecuadas para su crecimiento óptimo», explica Ángel
González, investigador principal de Lareco y jefe del grupo Ecobiomar. Así han
dado con «una especie de guardería en las islas Cíes», donde durante buena
parte del verano y en otoño se concentran las crías de la especie. También han
apreciado que las larvas, cuando nacen, no van al fondo, sino que permanecen en
la columna de agua durante varios meses, donde se van alimentando. Y ahí está
otro de los grandes avances de este estudio: que por primera vez se ha
identificado qué come el pulpo cuando no es más que una larva de dos
milímetros. ¿Cuál es su dieta? Varias familias de crustáceos, como cigala,
langosta, gambas, cangrejos, camarones, algún que otro pez y organismos
planctónicos. Eso, hasta ahora, no se sabía porque las larvas apenas miden dos
milímetros y «no mastican, sino que chupan» el alimento, aclara González, con
lo que recurrir a técnicas como el análisis de ADN de lo que se encontraba en
el estómago de esas minicrías ha sido fundamental para descubrir esa dieta
temprana.
Ni que decir
tiene que este descubrimiento es un importante avance que puede ser clave para
desarrollar el cultivo integral de la especie. Hasta ahora, el principal cuello
de botella para producir pulpo de acuicultura era la alta mortandad de las
larvas debido precisamente a que no se sabía qué alimento era el apropiado para
su supervivencia. Un desconocimiento «a escala mundial» destaca Ángel González.
Quince años
de campañas de estudio del pulpo dan para mucho. Y aunque no era materia del
proyecto Laredo, el jefe del grupo de investigación Ecobiomar abre las puertas
a un nuevo estudio después de que en esos tres lustros de observación
comprobase que dentro de las rías solo se encuentran larvas recién eclosionadas
con tres ventosas. Sin embargo, en las campañas que se hacen fuera de la
plataforma y a mayor profundidad, se han encontrado crías de más de tres
ventosas, «hasta seis y siete». Eso significa que se reúnen en esa guardería en
sus primeras etapas, para después desplazarse a aguas exteriores y, finalmente,
retornan a zonas costeras ya como adultos.
En eso, en
determinar en qué punto del desarrollo se encuentra un ejemplar concreto,
también ha habido avances. La edad del pulpo se estima de una manera parecida a
la de los árboles. González y su equipo ha abordado, por primera vez, la
técnica analizar los anillos de crecimiento que presenta el estilete -una
pequeña estructura cartilaginosa alojada en la cabeza- en los primeros estadíos
del ciclo vital del pulpo. Claro que en adultos es más fácil estimar la edad
que en larvas de dos milímetros, a cuyo estilete hay que practicar un corte
histiológico y contar los anillos para calcular cuánto tiempo hace que ha
eclosionado.
Según
González, que se ha embarcado ahora en una investigación sobre el calamar,
todos estos hallazgos serán claves tanto para el cultivo del pulpo como para
determinar medidas de explotación de la pesquería.
Fuente: La
Voz de Galicia
No hay comentarios:
Publicar un comentario