jueves, 19 de mayo de 2016

Científicos del CSIC facilitan el cultivo del pulpo al dar con la dieta de sus larvas





El pulpo es un recurso de primer orden para la flota de bajura gallega. La que se desarrolla en Galicia sobre esta especie es la pesquería artesanal más importante de Europa. Y, sin embargo, este cefalópodo continúa siendo un gran desconocido. De eso se lamenta siempre José Manuel Rosas, patrón mayor de Bueu, puerto en el que el pulpo tiene nombre propio y peso específico. Por eso el trabajo del grupo Ecobiomar (departamento de Ecología y Biodiversidad Marina) del Instituto de Investigacións Mariñas de Vigo (IIM), dependiente del CSIC, con importantes descubrimientos sobre la distribución, dieta, edad y el crecimiento de las larvas, es tan importante. Viene a cubrir alguna de las muchas lagunas que presenta la especie estrella de la bajura.

Esos hallazgos, publicados en revistas de impacto como Fisheries Oceanography o Progress in Oceanography, son el colofón del proyecto Lareco, liderado por el grupo de investigación vigués y en el que también han participado el equipo de Oceanología del mismo IIM y de las universidades de Aberdeen (Reino Unido) y Lisboa (Portugal). Este trabajo se ha desarrollado durante los últimos cuatro años, pero ha reunido toda la experiencia de Ecobiomar, un grupo que lleva 20 años investigando sobre las larvas plantónicas de cefalópodos en las rías gallegas.

Todo el trabajo les ha permitido concluir que hay factores climáticos y oceanográficos que influyen en la mayor o menor abundancia de pulpo. Si bien esto era cuando menos sospechado, sí ha constituido toda una novedad descubrir que las larvas de pulpo no se distribuyen aleatoriamente por las aguas, sino que «habitan en áreas que aumentan su supervivencia porque allí encuentran las condiciones externas y las presas adecuadas para su crecimiento óptimo», explica Ángel González, investigador principal de Lareco y jefe del grupo Ecobiomar. Así han dado con «una especie de guardería en las islas Cíes», donde durante buena parte del verano y en otoño se concentran las crías de la especie. También han apreciado que las larvas, cuando nacen, no van al fondo, sino que permanecen en la columna de agua durante varios meses, donde se van alimentando. Y ahí está otro de los grandes avances de este estudio: que por primera vez se ha identificado qué come el pulpo cuando no es más que una larva de dos milímetros. ¿Cuál es su dieta? Varias familias de crustáceos, como cigala, langosta, gambas, cangrejos, camarones, algún que otro pez y organismos planctónicos. Eso, hasta ahora, no se sabía porque las larvas apenas miden dos milímetros y «no mastican, sino que chupan» el alimento, aclara González, con lo que recurrir a técnicas como el análisis de ADN de lo que se encontraba en el estómago de esas minicrías ha sido fundamental para descubrir esa dieta temprana.

Ni que decir tiene que este descubrimiento es un importante avance que puede ser clave para desarrollar el cultivo integral de la especie. Hasta ahora, el principal cuello de botella para producir pulpo de acuicultura era la alta mortandad de las larvas debido precisamente a que no se sabía qué alimento era el apropiado para su supervivencia. Un desconocimiento «a escala mundial» destaca Ángel González.

Quince años de campañas de estudio del pulpo dan para mucho. Y aunque no era materia del proyecto Laredo, el jefe del grupo de investigación Ecobiomar abre las puertas a un nuevo estudio después de que en esos tres lustros de observación comprobase que dentro de las rías solo se encuentran larvas recién eclosionadas con tres ventosas. Sin embargo, en las campañas que se hacen fuera de la plataforma y a mayor profundidad, se han encontrado crías de más de tres ventosas, «hasta seis y siete». Eso significa que se reúnen en esa guardería en sus primeras etapas, para después desplazarse a aguas exteriores y, finalmente, retornan a zonas costeras ya como adultos.

En eso, en determinar en qué punto del desarrollo se encuentra un ejemplar concreto, también ha habido avances. La edad del pulpo se estima de una manera parecida a la de los árboles. González y su equipo ha abordado, por primera vez, la técnica analizar los anillos de crecimiento que presenta el estilete -una pequeña estructura cartilaginosa alojada en la cabeza- en los primeros estadíos del ciclo vital del pulpo. Claro que en adultos es más fácil estimar la edad que en larvas de dos milímetros, a cuyo estilete hay que practicar un corte histiológico y contar los anillos para calcular cuánto tiempo hace que ha eclosionado.

Según González, que se ha embarcado ahora en una investigación sobre el calamar, todos estos hallazgos serán claves tanto para el cultivo del pulpo como para determinar medidas de explotación de la pesquería.


Fuente: La Voz de Galicia

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