Dos especies emparentadas en la sorpresa que regularmente nos deparan la evolución y la naturaleza: por un lado, uno con una veintena de dientes que guardan enorme semejanza con la dentadura humana; por otro, una especie que al comerla provoca reacciones alucinógenas.
En ocasiones la naturaleza y la evolución, como fuerzas indómitas que, a pesar de todo, siguen su curso, crean especímenes que superan por mucho todo lo que la estrecha mente humana pudiera imaginar. A veces no hay bestiario que, por fantástico que sea, por terrible y desmesurado, alcance los niveles de admiración y sorpresa de animales, insectos, plantas e incluso microorganismos que existen realmente y que son consecuencia de ese impulso por sobrevivir y preservarse.
Este es un poco el caso del Archosargus probatocephalus, el “sargo chopa” que se encuentra usualmente en las aguas del mar Caribe, el golfo de México y la costa oeste del Atlántico. Por lo regular vive a un promedio de 15 metros de profundidad, preferentemente en arrecifes, bahías y estuarios, y su dieta, más o menos omnívora, se compone de moluscos, crustáceos y algas. Asimismo, destaca su hermafroditismo: su capacidad para intercambiar sexos (de hembra a macho y viceversa e incluso hacerse asexual) sin alterar su genitalidad.
Pero lo verdaderamente sorprendente es su dentadura: una multitud de pequeñas piezas que, al menos en el caso de los frontales, tienen cierto parecido con la dentadura de un ser humano.
Ahora bien, según se reporta en Scientific American, esto es nada en comparación con la cualidad de un pariente cercano del probatocephalus, el Sarpa salpa (conocido como salema) que tiene la singular característica de provocar reacciones piscodélicas y por lo cual fue utilizado ya entre los romanos y ciertas culturas polinesias tanto con fines recreativos como ceremoniales.
La razón por la cual la salema suscita alucinaciones se encuentra en su alimentación, basada sobre todo en Gambierdiscus toxicus, una especie de plancton tóxico (como su nomenclatura lo indica) cuyos químicos se filtran a la carne del pez y, en el caso del ser humano, resultan venenosos cuando se consumen de esta manera. Se dice que el efecto alucinatorio de la salema, además de ser especialmente negativo, puede durar varios días.
Dos especies con merecimiento de sobra para figurar en un hipotético bestiario de criaturas reales pero a nada de entrar en el ámbito de lo imaginado.
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