Ningún eje principal del sistema fluvial de Galicia está
libre de obstáculos. Presas, azudes, drenajes o canalizaciones instaladas para
el aprovechamiento hidroeléctrico alteran el régimen natural de los caudales.
Pero, ni mucho menos, este es el único impacto que sufren los ríos gallegos. A
problemas ya estructurales como la suelta incontrolada de purines y
fertilizantes derivados de la actividad agroganadera, la contaminación orgánica
producida por el vertido de aguas residuales ocasionada por el mal
funcionamiento de depuradoras y redes de saneamiento, en especial en época de
fuertes lluvias; los vertidos puntuales de industrias y de la actividad minera,
o la degradación de los bosques y vegetación de ribera que provoca la erosión
de las orillas constituyen una foto fija de la situación, a la que ahora se
unen amenazas como la introducción de especies invasoras, presentes desde hace
décadas, o una nueva fuente de residuos químicos que se cuelan directamente en
los cauces desde los retretes en forma de restos de medicamentos o productos de
belleza que las depuradoras no pueden tratar.
Aún con todo esto, el 77 % de las cuencas de Galicia-costa,
controladas por Augas de Galicia, o el 76 % de las gestionadas por la
Confederación Hidrográfica del Miño-Sil, que dependen de Estado, presentan un
estado ecológico bueno o muy bueno, un porcentaje muy superior a la media
nacional, de entre un 50 % y un 60 %. «Estamos en una situación realmente mejor
que hace años, pero hasta que no tengamos el 100 % de nuestros ríos en un
estado saludable no podremos estar contentos», advierte Francisco Marín. «El
estado en general no es malo, pero tenemos que mejorar», incide Enrique
Benavides, de Augas de Galicia. Queda, de hecho, aún mucho para alcanzar el
objetivo del 100 % estipulado por la Directiva Marco del Agua para el pasado
año.
La lectura más crítica la hace Fernando Cobo, director de la
Estación Hidrobiológica de O Con, que probablemente sea el mayor conocedor de
los ríos gallegos. «Que case un 25 % dos 10.000 ríos non estean en bo estado
ecolóxico non é unha boa noticia», señala, a la vez que pone un ejemplo que
refleja un declive que ahora se intenta evitar. «Tiñamos -dice- unha produción
piscícola extraordinaria, e desde os anos 80 estamos a ver un descenso
dramático das súas densidades». Los vertidos de todo tipo, sobre todo los
orgánicos derivados de la actividad agraria y de una mala depuración de las
aguas residuales, son uno de los grandes problemas. Pero tampoco los únicos.
La Xunta ha inventariado 5.916 puntos de vertido, de los que
847 se consideran contaminantes. Es cierto, sin embargo, que la presión y las
medidas de la Administración han servido para eliminar 1.755 focos de polución
desde el 2009. «Se invierte mucho dinero para lograr estos avances que muchas
veces pasan desapercibidos», apunta Enrique Benavides, quien apela a la
concienciación ciudadana para ayudar a conservar los cauces. «Las
administraciones -dice- tenemos mucha responsabilidad, pero hay otros efectos
que influyen en la calidad de los ríos que dependen de la concienciación
ciudadana».
Ivermectina. Es un producto fitosanitario que se utiliza
como antiparasitario para el ganado cuyos restos se filtran en las aguas
subterráneas y van a parar a los ríos con consecuencias impredecibles para las
especies. Es una de las nuevas amenazas para la calidad de los cauces. Pero hay
muchas más. Restos de medicamentos y analgésicos, productos cosméticos y de
maquillaje y una amplia lista de sustancias químicas se cuelan por las tuberías
de nuestros domicilios y llegan a parar a los ríos. «Hai ata 1.400 produtos
diferentes que chegan as nosas augas. É certo que en concentracións moi baixas,
pero que poden ter un efecto nos organismos acuáticos que aínda non sabemos»,
explica el catedrático Fernando Cobo, cuyo equipo identificó altas dosis de
ibuprofeno y otros medicamentos en el río Sar. Y no se trata de un hecho aislado.
El problema es que las actuales depuradoras no están
preparadas para eliminar este tipo de sustancias. «Es un problema emergente y
necesitamos nuevas tecnologías para tratar estos tóxicos y necesitamos también
más estudios para saber cómo afecta su acumulación a la vida piscícola»,
constata Fernando Marín, presidente de la Confederación Hidrográfica Miño-Sil.
«Non hai ningunha bacía que non estea fragmentada, ningún
eixo principal da nosa rede fluvial que estea libre de obstáculos, e en moitos
casos non existen alternativas para que as especies poidan franquealos»,
advierte Fernando Cobo sobre otro de los grandes problemas de los ríos
gallegos. En la Confederación Hidrográfica del Miño-Sil, por ejemplo, operan 47
grandes presas de uso hidroeléctrico, 43 centrales y 45 minicentrales
hidroeléctricas. En total, sus cauces suman 4.590 obstáculos. Esto supone que
un total de 42 masas de agua de esta demarcación no alcancen un buen estado
ecológico, un problema al que se unen las extracciones significativas de agua.
«Las alteraciones morfológicas son la principal presión
sobre las aguas de la demarcación. Presas y azudes alteran el ecosistema
hídrico y obstaculizan el tránsito de las especies piscícolas que migran aguas
arriba para reproducirse», según consta en un documento facilitado por la
Confederación. «Nuestro objetivo es intentar que los caudales ecológicos sean
los más adecuados en cada tramo», explica su presidente.
Fuente: La Voz de Galicia