Desde que la organización ecologista Oceana sacara los
colores a los funcionarios de la mismísima Comisión de Pesca de la UE al
revelar que en las cantinas de las instituciones comunitarias donde almorzaban
les colaban panga o maruca por bacalao, y que en el supuesto sushi de atún rojo
tragaban en realidad patudo o yellowfin, las cosas han cambiado mucho. El
fraude en el pescado ha descendido notablemente en la Unión, según han
comprobado los conservacionistas. En el 2011 un 23 % del pescado que se comercializaba
en los Veintiocho estaba mal etiquetado, y ese ratio ha bajado al 8 % en el
2015. Oceana no duda de que detrás de esa reducción están los esfuerzos de la
UE por reducir la pesca ilegal -como imponer un certificado de capturas en el
caso de algunas especies- y las normativas para reforzar la trazabilidad.
Pero el problema continúa a nivel mundial. Oceana asegura
que uno de cada cinco ejemplares está mal etiquetado, conclusión a la que ha
llegado tras analizar 25.000 muestras en todo el planeta (también en Galicia) y
revisar más de 200 estudios de 55 países realizados en todos los continentes a
excepción de la Antártida. Los errores se han detectado en toda la cadena que
va de la red al plato. No se salva ningún eslabón. Y si algunos engaños son
inocentes, otros ya no lo son tanto. Se han encontrado equivocaciones
-deliberadas o no, es otra cuestión- tanto en el comercio minorista como en el
mayorista, en la distribución, en la importación, en la exportación, en el
envasado e, incluso, en el desembarco. Estas son las claves de este fraude: Las
económicas, a la cabeza. Que haya tantos pasos y poco transparentes entre el
mar y la mesa es lo que, a juicio de Oceana, favorece las oportunidades para
cometer fraude y alterar el etiquetado. Y si la mayor parte de las ocasiones
esas prácticas ilícitas atentan contra el bolsillo -en un 65 %-, se han
documentado casos en los que el remedo de trampantojo puede salir caro para la
salud.
En EE. UU., por ejemplo, los estudios publicados desde el
2014 revelan que la media de fraude en el pescado es del 28 %. Pero lo peor es
que la mitad de ese porcentaje -el 58 %, según la organización- se trataba de
casos en los que pescado que figuraba en la etiqueta había sido sustituido por
especies cuyo consumo era potencialmente peligroso para el consumidor.
En el país norteamericano el fraude está tan al orden del
día que hasta una investigación estudiantil sobre 52 muestras concluyó que en
16 casos una especie más preciada había sido sustituida por otra de menor
valor.
Panga. El «Mortadelo» del pescado. A la hora de hacer pasar
un pescado por otro, el popular panga es de lo más recurrido, puede que por su
débil sabor. Hasta con 18 disfraces han encontrado los de Oceana al Pangasius
hypophthalmus, también conocido por pez gato. Y siempre camuflándolo por
especies más caras en el mercado. Lo cuelan por bacalao, por merluza, por
lenguado, por rosada... y hasta por escacho, a pesar de la escasa diferencia de
precio con este último.
Mero. De común sustitución. El mero es otro ejemplar en el
que suele darse el cambiazo. De 200 muestras analizadas, Oceana sostiene que el
82 % correspondían a otra especie que no era lo que en Galicia también se
denomina cherna. En vez del preciado Polyprion americanus había en el plato
perca... o de nuevo panga.
Merluza. «Tipical spanish». Con la merluza también es
frecuente el fraude, un timo casi antropológico de España, donde Oceana ha
constatado que en muchas ocasiones se hacen pasar los ejemplares sudafricanos
-merluza del Cabo, como se conoce a la Merluccius capensis-, por los europeos
Merluccius merlucius.
Caviar. El súmum del gato por liebre. Dado su alto precio y
las dificultades para identificar su fuente, el caviar es de las especies más
susceptibles al fraude. De 27 muestras adquiridas a varios vendedores del
ámbito del mar Negro y el río Danubio, diez fueron identificados como algo
distinto de lo que figuraba en la etiqueta. Y lo de algo porque en algunas
muestras testadas no se encontró ADN de ningún animal. Es más, se desconoce de
qué estaba hecho ese caviar.
Oceana se ha tomado la molestia de recopilar toda la
información sobre fraude en el etiquetado con motivo de la cumbre Our Ocean,
que se celebró hace dos días en Washington. Sale al hilo de que el mismo Obama
había apuntado que, dada la situación crítica en que se encontraban 13 especies
de peces, se hacía necesario reforzar las exigencias de trazabilidad. Los
conservacionistas consideran muy pobre esa cifra y apuntan que esas exigencias
deben extenderse a todas las especies y a toda la cadena de suministro, desde
el barco hasta el plato.
Oceana está convencida de que eliminar el fraude es posible
y recurre al ejemplo de la UE, donde la documentación de las capturas, la
mejora de la trazabilidad y el etiquetado han conseguido reducir el fraude, una
práctica que perjudica tanto al consumidor como a los pescadores legales.
Así, en el mapa interactivo en el que muestra el alcance del
fraude, apunta que Santiago de Compostela es uno de los puntos en los que se
detectó menos fraude. Según el comentario que figura sobre el icono de la
capital gallega, el porcentaje de especies mal etiquetadas que encontraron fue
del 3 %. En Vigo, sin embargo, ese ratio sube hasta el 14 %.
La organización también destaca que el principal fraude en
Galicia se comete con la merluza, haciendo pasar por autóctona otras variedades
como la del Cabo (Merluccius capensis), la argentina (hubbsi) o la chilena
(chilensis).
Trampantojos que no son nada en comparación con el detectado
el año pasado en Santa Monica, donde dos sushi man (chefs de sushi) fueron
multados por hacer pasar carne de ballena, incluida una variedad en peligro de
extinción, por atún rojo. El restaurante aún hoy sigue cerrado.
Fuente: La Voz de Galicia
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