La Santa María Magdalena fue una fragata de la Marina de guerra española, que naufragó junto con el bergantín Palomo el 2 de noviembre de 1810 en la Ría de Viveiro, Lugo (España). Se estima que mas de 500 personas perdieron la vida esa noche.
El 2 de noviembre de 1810, la playa de Covas, en Lugo,
amanecía con centenares de cadáveres sobre su arena. Dos de ellos permanecían
fundidos en un abrazo. Se había producido uno de los desastres marítimos más
importantes de la historia de Galicia, el hundimiento de la fragata Santa María Magdalena y del bergantín Palomo, ambos navíos pertenecientes a la
Armada española. Este trágico acontecimiento trajo consigo un cambio en la
navegación de los buques militares españoles.
La Santa María
Magdalena, bajo el mando del capitán Blas de Salcedo, había sido construida
en 1773 en los Reales Astilleros de Esteiro y montaba 38 cañones. El bergantín
Palomo, mandado por el teniente de
fragata Diego de Quevedo, fue construido en 1793 en el mismo arsenal y montaba
18 cañones.
El buque, que medía 44’2 m de eslora, 13’4 m de manga y 6’7
m de puntal, tenía capacidad para 500 tripulantes.
Participó entre otros hechos, en la captura del lugre
corsario inglés Duke of Cornualles
cerca del Cabo San Vicente o en el bloqueo a Gibraltar de 1782 (donde estuvo en
aprietos al acercarse la escuadra inglesa de reaprovisionamiento). También, cuando
los franceses invadieron Ferrol, en 1809, la fragata se encontraba allí
fondeada, y el Ministro Mazarredo, parece que consiguió evitar que se izara en
ella el pabellón francés.
La ruina económica del país en aquella época, que no era ni más
ni menos que los estertores del imperio colonial español, condujo a algunos
naufragios propiciados por el mal estado de la flota. En el caso que nos ocupa,
por no poder contar con su cargo reglamentario de anclas.
Pero volvamos a los hechos. Los dos buques antes
mencionados, formaban parte de la flota hispano-inglesa que, al mando del
capitán Joaquín Zarauz, tenía como misión defender la costa cantábrica contra
los ataques de los franceses. Completaban la flota el corsario Insurgente Roncalesa, una balandra inglesa
y 20 buques de transporte.
Zarpan de La Coruña el 14 de octubre de 1810. Al pasar por
Ribadeo se les unen la goleta Liniers
y los cañoneros Corzo, Estrago, Gorrión y
Sorpresa, así como quince transportes más. En la tarde del día 18, fondean
en Gijón para desembarcar al día siguiente las fuerzas del ejército, que
atacarían la ciudad asturiana, consiguiendo así que las fuerzas francesas se
replegasen. Terminada la acción, se dirigen a Santoña el día 23, justo cuando
se declara un viento noroeste muy fuerte. Esto provoca que los buques más
grandes echen cabos, mientras que los cuatro cañoneros se hunden, aunque se
salvan sus respectivas tripulaciones.
Con la mejora del tiempo y dispersada la flota, se dirigen
el día 29 al puerto de Viveiro, en busca de cobijo, la fragata Magdalena, el bergantín Palomo, dos transportes y la fragata
inglesa Narcisus. El 2 noviembre se
declara un fuerte temporal de componente norte, y esa noche piden auxilio con
bengalas y cañonazos. Las dificultades eran especiales para el Magdalena y el Palomo, sobre todo para el primero, que ya había perdido un ancla
en Santoña, suceso funesto para cualquier barco. El temporal destrozó el casco
del Magdalena y no tardó en irse a
pique. El Palomo fue arrastrado por
las olas a la playa de Sacido.
Del total de la tripulación de la fragata, sólo lograron
alcanzar la costa ocho hombres, de los que sobrevivirían tres, y la cifra de
muertos se elevó a 480. La práctica totalidad de los muertos fueron arrastrados
por el mar a lo largo de esa noche a la playa de Covas. Murieron 70 hombres del
Palomo, por lo que la cifra total de
fallecidos (550) lo convierten en una de las mayores tragedias marítimas
ocurridas en la costa española.
Los cadáveres fueron enterrados por los vecinos en las dunas
y los restos de la Magdalena se hundieron en el mar. Todavía en la década de
1970, la Armada rescató el pecio y lo trasladó a Ferrol (en cuyos astilleros
habían construido la fragata).
Esta tragedia tuvo una enorme repercusión en toda España. Los
dos cadáveres abrazados eran precisamente el capitán Blas Salcedo y su hijo, Blas
Salcedo Reguera, guardiamarina. Al parecer, cuando el hijo del comandante se
encontraba prácticamente en la orilla oyó la voz de su padre pidiendo ayuda
desde la fragata. Entonces, sin pensárselo dos veces, exhausto como estaba, fue
a intentar salvarlo. Lamentablemente, ambos murieron en el mar. Posteriormente,
este suceso hizo que la Armada prohibiese el embarque de padres e hijos o
hermanos en el mismo barco mediante la promulgación de una real orden de las
recién creadas Cortes de Cádiz. Esta orden, que parece que sigue vigente,
pretende impedir que un marino tome decisiones erróneas basadas en la
comprensible preocupación por la situación de sus familiares directos, hecho
por otro lado no está certificado que ocurriera en el caso de la Magdalena.
Por increíble que parezca, ambos naufragios cayeron en el
olvido, excepto para las gentes de la zona que lo recuerdan cada día al vagar
por la playa. La Magdalena se convirtió en el pecio más conocido de la Ría de
Viveiro. Una zona ahora resguardada (gracias al nuevo puerto) a poca
profundidad y fácil de bucear incluso por los menos expertos.
A finales del Siglo XIX, una empresa extranjera, realizó varios trabajos en la zona. Descubrieron uno de los cañones que portaba la embarcación (el más pequeño). Con dicha pieza y un ancla, se levantó en 1934 un sencillo monumento a los náufragos de aquella noche. Su placa reza: “A los 550 náufragos del bergantín Palomo y de la fragata Magdalena sucumbidos en esta playa el 2 de noviembre de 1810”. En 1951 un pescador de Covas redescubrió el pecio. En 1976, la Armada española rescató parte del naufragio de la Magdalena, y con el material recuperado creó el Museo Naval de Ferrol. En la actualidad las piezas de la fragata recuperadas ocupan la mayor parte de la exposición gracias a su buen estado de conservación.
Además, cuenta la leyenda que, si se pasea por la playa de Covas la noche de todos los Santos, fecha en la que ocurrió el naufragio, aún hoy se puede llegar oír el grito del guardiamarina: «Padre aguanta, voy a salvarte» y las gentes de mar de esa zona aseguran que algunas noches entre el 1 y 2 de noviembre, casi al alba, entre las olas puede llegar a aparecer un joven con el uniforme de catorce botones de los guardiamarinas, adentrándose en la mar en dirección a los Castelos, para intentar ayudar a un comandante que estaba intentando alcanzar la orilla.
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