En unos
meses se venderán en EE. UU. los primeros salmones transgénicos para consumo,
producidos en piscifactorías de la empresa AquaBounty en Indiana. Una noticia
que pasará inadvertida, soterrada por toda la infodemia relacionada con la
Covid-19. Sin embargo, es un anuncio que la comunidad biotecnológica lleva
esperando 31 años.
Imagine que
tiene una idea para aumentar el ritmo de crecimiento de los salmones en las
piscifactorías. Estas producen anualmente 2,5 millones de toneladas de salmón y
los principales productores son Noruega, Chile, Reino Unido y Canadá. En
general, las piscifactorías son responsables de producir más del 50 % de todo
el pescado que consumimos.
Imagine que
se le ocurre esa idea genial para, mediante una sencilla modificación genética,
duplicar la tasa de crecimiento del salmón y conseguir que llegue al tamaño de
comercialización en la mitad de tiempo (18 meses frente 36), consumiendo menos
recursos.
Imagine que
hace todas las pruebas imaginables, durante más de 20 años, para demostrar que
la única diferencia existente entre el salmón transgénico y el no transgénico
es precisamente eso: su ritmo de crecimiento. No existen diferencias
organolépticas (sabor, textura) ni variaciones en la composición de la carne,
ni existe ningún problema a la hora de consumirlo.
Imagine que
también realiza todas las pruebas en cuanto a bioseguridad. Que confirma que la
producción es sostenible y segura para el medio ambiente, y garantiza más allá
de lo razonable que es prácticamente imposible cualquier escape. Esto se logra
mediante la introducción de múltiples barreras geográficas (piscifactorías en
tierra, alejadas del mar y de cualquier río o lago), físicas (medidas
redundantes de seguridad y múltiples barreras para acceder a las
instalaciones), reproductivas (solo produces hembras, no produces machos) y
genéticas (los animales son estériles).
Incluso en
el supuesto de que hubiera algún escape, los estudios realizados y la propia
FDA indican que no habría un impacto significativo en el medio ambiente.
Imagine que
finalmente consigue la autorización oficial para producir y vender estos
salmones transgénicos.
Ahora
imagine que todo esto empezó en 1989 y que la empresa ha tenido que esperar 31
años para poder llevar su producto biotecnológico a la mesa del consumidor en
Estados Unidos de América.
¿Qué empresa
es capaz de esperar 30 años sin poder colocar su producto en el mercado? ¿Cuántas
rondas de inversores tendrá que haber organizado para mantener viva la
confianza y contener la impaciencia de los sucesivos consejos de
administración? Esto ha sido lo que ha tenido que afrontar AquAbounty.
En Europa,
con regulaciones y decisiones habitualmente contrarias a los avances
biotecnologicos, todavía estamos mucho más lejos de lograrlo. Tendremos que
contentarnos con leer estas noticias en los periódicos y esperar a poder
realizar algún viaje a EE. UU. para degustar el primer animal transgénico
autorizado por la FDA, apto y seguro para el consumo. Muy posiblemente el
alimento más seguro y el que ha sido más analizado y supervisado de todos los
que llegan a nuestras mesas.
Esta es la
historia de una idea que tardó 31 años en convertirse en realidad. La historia
de los salmones transgénicos (que tienen ahora el nombre comercial de
AquAdvantage) se remonta a 1989. Fue entonces cuando nacieron los primeros ejemplares
mediante una construcción génica muy ingeniosa, all fish (todo pez). Esto
quiere decir que todos sus elementos genéticos provenían de peces similares,
sin la inclusión de segmentos de otros animales no relacionados.
La
publicación de estos resultados no tendría lugar hasta 1992, hace 28 años. Los
investigadores reportaron aumentos muy significativos en las tasas de
crecimiento, entre 2 y 13 veces más de lo normal. La autorización para su
producción para consumo no llegó hasta noviembre de 2015.
En primer
lugar, se obtuvo el promotor del gen que codifica la proteína anticongelante
(AFP) de un pez bentónico del océano Atlántico llamado Macrozoarces americanus.
Este promotor dirigía la expresión de un cDNA (copia completa del ARN de un gen
convertida a ADN gracias a la transcriptasa inversa) del gen que codifica la
horma del crecimiento del salmón del Pacífico (Oncorhynchus tshawytscha).
Finalmente, esta contrucción génica incluía un terminador transcripcional
igualmente derivado del Macrozoarces americanus.
El gen de la
proteína anticongelante AFP se activa con el frío y permite a estos peces
sobrevivir en aguas gélidas, por debajo de la temperatura de congelación. Actúa
como un anticongelante natural para estos animales. Aquí se aprovechan solo los
elementos reguladores del gen AFP para que activen la expresión del gen de la
hormona de crecimiento del salmón del pacífico cuando hace frío.
La idea es
aprovechar este truco genético para mantener un aporte constante de hormona del
crecimiento durante todo el año. En general, el salmón atlántico solamente
crece en los meses cálidos de primavera y verano, cuando activa su propio gen
de la hormona del crecimiento. Pero en otoño e invierno este gen se desactiva y
el animal deja de crecer. Con este transgén, se activa la producción de esta
segunda fuente de hormona del crecimiento durante los meses fríos.
Así se consigue
que, durante todo el año, exista suficiente hormona del crecimiento para
permitir un aumento de tamaño sostenido. Esto reduce el tiempo necesario para
alcanzar el tamaño comercial de 36 a 18 meses, la mitad del tiempo, con menos
costes de alimentación (un 25 % de lo que costaría alimentar a los salmones no
transgénicos).
Naturalmente,
estos salmones han tenido que hacer frente a campañas difamatorias terribles
que tildaban a estos animales de "frankenfish". La FDA recibió más de
1,8 millones de cartas oponiéndose a su aprobación, que finalmente ocurrió en
noviembre de 2015.
Los
políticos fueron influidos, por ejemplo, por los productores de salmón en
piscifactorías tradicionales de Alaska. Estos vieron amenazado su modelo de
negocio por una empresa que sería capaz de poner en el mercado salmones en la
mitad de tiempo y con un ahorro considerable de los costes de producción.
También se
han vertido muchas mentiras con la intención de influir negativamente en la
opinión de la sociedad americana, frente a iniciativas que desmienten tales
temores y riesgos con evidencias científicas y datos que corroboran la
seguridad, para los consumidores y para el medio ambiente, de la producción de
estos salmones transgénicos. La FDA puso fin a estos debates en noviembre de
2015, concluyendo que estos salmones transgénicos son totalmente seguros para
ser consumidos.
Tras
aprobarlo la FDA, Canadá también aprobó la comercialización de estos salmones
y, ya en 2017, se anunció que la AquaBounty había vendido las primeras 4,5
toneladas de salmón en el país.
Estos
primeros salmones provenían de la piscifactoría que la compañía situó en
Panamá, que fue autorizada por la FDA tras producirse los huevos estériles
(triploides) en una instalación de la compañía en la Isla del Príncipe Eduardo,
en Canadá.
Para la
producción en EE. UU. todavía tendrían que esperar los consumidores a que se
habilitara y autorizara una nueva piscifactoría en Indiana. Esta fue aprobada
por la FDA en 2018. Es desde esta piscifactoría desde donde provendrán los
primeros salmones transgénicos que ahora podrán venderse en los supermercados
de EE. UU..
El salmón es
uno de los animales que ofrece el mejor factor de conversión de comida. Por
cada kilogramo de alimento invertido en ellos se obtiene un kilogramo de
salmón. En comparación, son necesarios dos kilogramos de comida por cada
kilogramo de pollo, y nada menos que diez kilos de comida por cada kilo de
carne de vaca, una de las especies animales con peor factor de conversión.
La
piscicultura del salmón también es respetuosa con el agua dulce utilizada. Se
necesitan 900 litros de agua por kilo de salmón, pero son necesarios 3.500
litros para un kilo de arroz, o hasta 15.000 litros de agua por kilo de carne
de vaca.
Finalmente,
la huella de dióxido de carbono que deja el cultivo de salmón es diez veces
inferior que el derivado de la producción de carne de vaca (2,9 kg de CO₂ por
kg de salmón producido frente a 30 kg de CO₂ por kg de carne de vaca).
La necesidad
de producir comida para una población mundial creciente se duplicará para 2050,
cuando se espera llegaremos a 9.000 millones de seres humanos sobre el planeta,
según la FAO. La agricultura, la ganadería y la piscicultura tradicionales
serán incapaces de producir toda la comida necesaria. Por eso es necesario
contar con la biotecnología, tanto animal como vegetal.
Hubiera
estado bien que los beneficios derivados de la explotación del salmón
transgénico para la sociedad, los consumidores y la empresa productora no
hubieran tenido que hacerse esperar tantos años. Esperemos que el siguiente
producto transgénico (o editado) destinado al consumo no tenga que esperar
tanto para llegar a las mesas norteamericanas.
Mientras
tanto, en Europa seguiremos contentándonos leyendo las noticias que nos llegan
desde el otro lado del Atlántico y viendo pasar, una vez más, los trenes de la
innovación y del progreso.
Trenes que
van a toda velocidad y que, de momento, siguen sin tener parada en Europa.
Fuente: Theconversation.com