Este es un artículo escrito en un periódico asturiano, por Alberto Carlos Polledo Arias, que se autodefine escritor y experto en Medio Ambiente (datos que habrá que contrastar).
No sé si a ustedes, los pescadores de salmón, les sucederá lo mismo, pero, a mí, aquel famoso recuento de peces en los ríos asturianos que certificó un balance de miles de ejemplares en los tramos salmoneros, me huele a chamusquina. A no ser que al unísono hayan tomado las de Villadiego en busca de aguas más frías, allá por el norte de Europa, para hacer nuevas amistades.
Qué alguien me corrija si no estamos en el mes por excelencia en cuanto a cantidad de capturas en nuestros ríos. Mayo siempre guardó, para alegría de los pescadores que podían acercarse en estas fechas a los pozos, salmones de los llamados 'abrileños' que rondaban entre los siete y nueve kilos, además del refuerzo de 'mayucos', entre cuatro y seis kilogramos, que entraban en cantidades considerables colonizando los cauces hasta la cabecera. Casi todas las echadas guardaban ejemplares y raro era el día que Narcea, Sella y Cares no aportaban más de cuarenta piezas cada uno. El Eo y el Esva eran menos prolíficos, el nivel de sus aguas desciende notablemente, pero también ayudaban a mejorar esa cifra considerablemente. El que lanzaba el señuelo tenía muchas probabilidades de colgar algún pez de la caña a cucharilla, cebo o mosca, pero, si no lo conseguía, siempre gozaba viendo cebarse salmones, sobremanera al alba y al ocaso, en pozos, playadas y rabiones. Ya en junio y todavía más en julio, las capturas disminuían, el río languidecía y la temporada se cerraba ella sola. Está finalizando mayo y, si el número de capturas no aumenta en progresión geométrica estos últimos días, la media indica que entre Eo, Esva, Narcea, Sella y Cares (para qué contar el Nalón, y mucho menos los del río Trubia y Teverga con el ascensor de la mentira en Las Ventas) el promedio diario de salmones pescados es de catorce, la décima parte de los que se capturaban hace unos años. A la vista está que es un registro calamitoso.
Muchos son los factores que inciden en esta penuria. Quizás la más importante sea el cambio climático, la elevación de la temperatura del agua del mar y el cambio direccional de la corriente del Golfo. No olvidemos que al salmón le puede suceder como a la costera del bonito, que de pescarlo a cinco millas se pasó a treinta y cinco y, en la actualidad, los boniteros llegan a faenar a la altura de Irlanda. Los ríos están contaminados porque las depuradoras no funcionan o trabajan al 50% o no están conectadas a los desagües de villas y pueblos. El vertido de purines cerca de los cauces es otro cáncer sobresaliente. Por no hablar de saltos de agua, minicentrales, industrias químicas y lecheras; males a los que hay que añadir los causados por las centrales térmicas, el exceso de cañas en sus orillas y el resto de artes de pesca que de forma furtiva se realiza el resto del año. Todas estas razones, a pesar de que muchos lancen las campanas al vuelo con estos números miserables, son más que suficientes para decir que la recuperación de los ríos asturianos pasa por hacer todo lo contrario de lo que hasta el momento se está llevando a cabo si, de verdad, deseamos que estos recuperen su vigor.
Da que pensar que pescadores de salmón y sus correspondientes sociedades, Consejería de Medio Ambiente y ecologistas den por buenos estos resultados. Los primeros, porque aplican una política de tierra calcinada y, ya saben, si no lo pesco yo otro lo hará; en este río siempre hubo salmones y si ahora escasean es culpa de cormoranes, garzas, culebras de agua, nutrias, hasta del martín pescador si me apuran; pero nunca de que se pesquen más ejemplares de lo debido. Las segundas, porque temen perder áreas de influencia. La Administración está fuera de juego, le basta y le sobra con el dinero de las licencias e hinchar la estadística con añales: la vida en los ríos le importa un comino. Los ecologistas quizás teman enfrentarse con un colectivo amplio e influyente. Por eso ninguno de ellos dice esta boca es mía.
Que los ríos asturianos precisan un tratamiento quirúrgico de saneamiento con urgencia, está claro. Que se está agudizando su agonía al no vedarlos, como mínimo diez años para fomentar el desove natural, también. Por ello tengo que decir que flaco favor se está haciendo a los salmones -especie, aunque algunos lo tomen a broma, en peligro de extinción- autorizando su pesca.
Permítanme decir que el cambio político propiciará, de mano del señor Álvarez-Cascos, un mejor futuro a los ríos asturianos; una consejería de Medio Ambiente que no dependa de la de Infraestructuras y Desarrollo, porque eso es como meter el zorro en el gallinero y, por último, la anulación definitiva del proyecto de parking en los sótanos del Campo de San Francisco. Qué así sea.
Comentario mío: Lo de siempre, somos los pescadores los culpables de todo esto. Menos mal que este señor no se ha fijado en las capturas de Galicia que si no ........ la pesca deportiva sería ilegal
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