No hay más que ver la foto para darse cuenta de que el protagonista humano de la misma, Avelino Niño Barreiro, ha atrapado una trucha de enormes dimensiones. Para ser exactos, 59 centímetros y 2,36 kilos. El pescador, socio del club Río e Mar de Baio, la capturó el domingo en Torelo, en el río Grande y podría dar mil y una vueltas para contarles cómo fue su hazaña. Sin embargo, es mejor, por su calidad, que les reproduzca las palabras del compañero de Avelino en tal gesta. José Antonio Grela, que se define como filólogo, teólogo y piscatólogo, debería añadir, además, el de fantástico narrador. Él lo contó así:
«Dicen que las historias de pescadores y cazadores guardan muchas concomitancias con las fábulas. Pero de esta, estimado lector, da buena cuenta un servidor, y no será menester un Cide Hamete Benengeli para dotarla de mayor verosimilitud.
Después de terminada la misa y la romería de Santa Irene, en Salto, escuché los gritos de mi compañero de rapala: ¡Ehhh... Ehhh... Ehhh...! Parecían una traducción «a la gallega» del código de emergencia internacional: ¡Mayday, Mayday!
Mal como pude, di alcance al sonido, justo cuando este comenzó a cambiar su emisión por el de ¡Dios! ¡Dios! Al instante le vi saltar al río, entre las zarzas y demás flora espinosa, sin saber si daba o no pie, como si se lanzase desde un helicóptero. La lluvia no daba tregua, de vez en cuando otro cohete nos reventaba el diafragma. Al rato sube el hombre, tembloroso, con problemas de dicción, hiperventilando... Con su retoño en el regazo se deja caer tendido supino, las piernas abiertas, se oye el corazón.
Con la llegada del reposo nos unimos en un abrazo. ¡Ay del pescador sin testigo, sin piscatus [en latín: pez recién sacado del agua], y sin abrazo!, será víctima del complejo de Casandra, el síndrome o pecado que padece, quien no es creído».
No explica José Antonio el destino de la trucha, pero, seguro, que dieron buena cuenta de ella.
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