Dieciséis
años han pasado desde que el Centro Oceanográfico de Vigo logró, por vez
primera en el mundo, cerrar el ciclo de reproducción del pulpo en cautividad.
Pero lo conseguido en el laboratorio y en los tanques de cultivo experimental
no ha podido dar el salto a la industria porque la elevada mortalidad de las
larvas hace inviable la producción comercial. Es un cuello de botella que están
tratando de superar.
El problema radica en la alimentación de las paralarvas.
«Mueren en torno al 80 % y eso no hay empresa que lo resista», afirma
Montserrat Pérez, una de las investigadoras del centro que trabaja en la
preparación de una patente que confían en que pueda ser la solución que llevan
lustros buscando.
Conscientes
de que están en una carrera de fondo, no se atreve a poner fecha a la llegada
al mercado del pulpo de piscifactoría. Pero de lo que sí están seguros en el
Oceanográfico vigués es de que, si de verdad han dado con la fórmula para
acabar con las elevadas tasas de mortalidad y se garantiza la rentabilidad de
su explotación, el cultivo se extendería pronto por Galicia, ya que el producto
no solo estaría garantizado todo el año, sino que el precio sería más
asequible.
La artemia
(crustáceo diminuto) es la base de la alimentación de la práctica totalidad de
las larvas de las especies que se crían en granjas, desde el rodaballo al
lenguado, pasando por la lubina o la dorada. Sin embargo, explica Montserrat
Pérez, «al pulpo no le aporta los nutrientes que necesita, lo que provoca el
alto porcentaje de muertes». Mejores resultados se han obtenido con una dieta a
base de huevos de centollo. Y ese parece ser el hilo del que han decidido tirar
para preparar la patente de la que, como es obvio, no adelantan nada hasta que
no esté presentada, pero creen que han dado con el componente que faltaba y que
estaban buscando. Si la mezcla de nutrientes y aminoácidos que realizan en el
laboratorio es la solución, se aplicará también a los ejemplares adultos, ya
que la alimentación de estos supone otro hándicap para la industria. Y es que
su menú favorito se compone precisamente de centollos y nécoras, lo que
complica sobremanera una mínima rentabilidad.
Existe un
problema añadido que no se da en otras especies de cultivo, y es que los
reproductores se mueren cuando los huevos de su prole eclosionan. No se mueven
del lado de aquellos desde el momento de la puesta, ni siquiera para buscar
comida, con el fin de evitar que puedan ser atacados por depredadores. «El
resultados es que cuando al fin abandonan el escondrijo elegido están tan
débiles que se mueren, lo que obliga a una reposición continua de
reproductores», dice la investigadora. El equipo científico del Oceanográfico en el que participa Montserrat Pérez, en colaboración con el Centro de Investigación Marina de la Universidad de Vigo, acaba de solicitar al Ministerio de Economía un proyecto para profundizar en el en el estudio de los cultivos. «Si nos lo conceden serán tres años de trabajo y una inversión de 200.000 euros», dice.
Asiduos
desde hace años en los mercados los rodaballos, lenguados, salmones o lubinas
de piscifactoría, y pendientes de salvar el escollo de la alimentación en el
caso de pulpo, se investigan las posibilidades de cultivo en granja que ofrecen
otras especies, entre las que el mero es uno de los más firmes candidatos en
dar el salto a la industria. El Centro Oceanográfico de Vigo lidera parte del
proyecto europeo Diversify, cuyo objetivo es desarrollar nuevos sistemas de
cultivo, métodos de procesado y márketing para seis especies de acuicultura:
mero, fletán, seriola, corvina, perca y mújol. Precisamente el mero es de la
que se encargan los científicos vigueses, coordinados por José Benito
Peleteiro. Si se cumplen sus predicciones, el consumidor podrá adquirir mero de
cultivo en el 2025.
El proyecto,
que tiene un plazo de ejecución de cinco años, se encuentra en el ecuador. Los
investigadores califican de «esperanzadores» los resultados obtenidos. El
programa completo, en el que participan 38 socios de una docena de países, está
dotado con 11,8 millones de euros. En los tanques del Oceanográfico vigués ya
nadan meros de 22 kilos, aunque la investigadora Montserrat Pérez, señala que
«todavía no está cerrado el ciclo reproductivo».
El que sí
lograron cerrar fue el de la merluza. En el 2009 registraron la primera puesta
espontánea de España a partir de animales salvajes. Sin embargo, en este
momento es una producción que tienen parada porque carecen de stock de
reproductores, una tarea que no resulta fácil, ya que son animales muy
delicados que se estresan con facilidad.
Fuente: La
Voz de Galicia