José Brandariz, José O Gardarríos, recaló en Baio en el 70.
«Encontreime moi ben aquí. É un pobo acolledor. Ten moi boa xente», detalla.
Sin embargo, su llegada a la localidad en la que hoy sigue viviendo a los 89
años responde a una curiosa anécdota que recuerda al detalle. Ocurrió en
Betanzos, en el coto de Chelo. Lo explica: «Alí ía pescar o caudillo, Franco,
cando viña a Meirás. Vedábaselle o río. ‘Dicen que aquí hay muchos reos, pero
yo nunca los vi’, dixo el. Entón eu leveino ver os reos, pero non pescou
ningún. Comentoulle ao administrador que buscase dous pescadores para ver como
se podían pescar, e viu... Viu aquela capa de reos, nin se vía o fondo do río»,
evoca Brandariz.
Los pescadores llegaron por intermediación de Ricardo
Catoira, autorizado para tomar tal decisión, pero alguien denunció a Brandariz
por acompañar a dos pescadores por un coto en el que supuestamente no podrían
estar, dado que estaba vedado para todos, «salvo para o caudillo». Al día
siguiente recibió un telegrama del ingeniero jefe regional, para que se
personase en la jefatura: «O que menos pensei era que fose para chamarme a
atención por iso, pero así foi, e díxome: ‘Usted viene aquí para escuchar, no
para hablar’». Le pidió a Brandariz que solicitase inmediatamente el traslado y
este, como pudo, le remitió a Ricardo Catoira y trató de explicarle lo
ocurrido. Pese a ello, y pese a que su interlocutor le pidió que olvidase toda
la conversación tras saber de dónde venía el asunto, Brandariz solicitó su
traslado: «Aos poucos días xa me mandaron para aquí», dice refiriéndose a Baio.
Al jefe regional lo enviaron a Madrid: «Funo ver e non puiden. Estaba nunha
casa vella. Non souben máis nada del».
José nació en Anceis (Cambre). Desde el 52 hasta el 92,
fecha en la que se jubiló con 65 años, recibiendo de su sus compañeros del
servicio de medio ambiente natural un homenaje, ejerció la profesión de
guardarríos. Fueron 40 años que empezaron en Sigüeiro. Viajó después a
Inglaterra, tras pedir una excedencia. Transcurrió allí un período relativamente
corto y, de regreso, solicitó el reingreso y lo mandaron a Os Peares: «Aquilo
era un inferno. Había unhas culebras tremendas e un frío que non se soportaba».
Después, lo trasladaron a Celanova, «un sitio estupendo» en el que era muy
apreciado por los vecinos. De Celanova pasó a Betanzos (unos cuatro años), y
ahí fue donde ocurrió la anécdota que lo acabaría trayendo a Baio. Su oficio
consistía en controlar la pesca que salía del río, y a los pescadores, de modo
que se cometiesen las menos infracciones posibles.
Vivencias de su profesión tiene unas cuantas. De Franco dice
que ya cuando pescaba en Chelo era mayor. «Levábanlle a cana e máis o cesto,
levábano polo brazo», recuerda. Dice que es mentira que se le colocasen los
reos en el anzuelo: «O que se poñía era o cebo na caña. El lanzaba. Cando se
cansaba, lanzaba o garda con el. Ía escoltado, aínda que á Garda Civil no río
non a podía ver». Con ello tiene alguna anécdota bien graciosa, así como con un
comandante de la Marina, nieto del Ministro de ese mismo ramo, al que tuvo que
convencer para que desistiese de su intención de pescar en el río vedado, con
la conocida excepción. En Betanzos coincidió asimismo con Manuel Fraga: «Non
quería que lle chamasen señor Ministro», dice Brandariz. Seis o siete años más
tarde se volvieron a encontrar en el río Grande, en las inmediaciones de
Mosquetín:
-¡Y usted por aquí, Brandariz!, le dijo el mandatario.
Se acordaba de él y hasta bromeaba con lo que «pescaba». No
truchas, que era lo que había, pero sí buenas mojaduras en el río: «Aquí Fraga
veu varias veces. Non quería que o río estivese pechado para el só, el no río
quería ser un máis».
En 40 años no se llevó grandes sustos, aunque alguna se
buscó. Estando en Sigüeiro salió a eso las dos de la madrugada, y se topó con
un carro cargado de lino: «Cando o estaban botando ao río déillelo alto, eu coa
lanterna na boca e a carabina arrimada a un carballo». Cuenta Brandariz que el
lino no era lino de verdad si no iba al río, «creo que dúas lúas». Para su
trabajo, tuvo moto y también un 600. Hasta fue comedido cuando el jefe de
Pontevedra le concedió una Vespa. Era lo que había pedido él: «Fun burro, que
puiden pedir unha Derbi 250».
Brandariz cree que los cauces, en general, estaban mejor
antes: «Se quere que lle sexa sincero, dáme pena o río». Se limpiaban más y, a
mayores, guarda el buen recuerdo de verlos crecer en vida: «Por onde eu andaba
a cada paso ían a máis». Así, en Betanzos, pasaron de pescarse uno o dos
salmones por temporada a 13, guiados por él. También el de Baio creció y dice
que desde el puente se veían las truchas: «Este era un coto calquera, pero eu
tratei de facerme amigo de moitos, tamén dos pescadores, e chegou a ser un dos
mellores cotos da provincia. Pescaban o cupo todos os días, e agora parece que
non hai troitas». Llevó tanto el coto de Baio como el de A Ponte do Porto, en
el que también había algún reo. Él, aunque alguna vez lanzó la caña de los
pescadores, nunca pescó como tal: «Non me gusta».
El control que hacían los guardarríos puede que siga
haciéndose, porque hay agentes, aunque es diferente: «Habelos hainos, pero non
se ven». Desde que se jubiló, José casi no volvió al río y, de hecho, constata
en el momento de ser fotografiado cómo ha cambiado el entorno del Refuxio de
Santa Irena, en Vimianzo, en donde él, con «xornaleiros», se ocupó del
empedrado que rodea la caseta, la barbacoa y también las mesas, con piedra
llegada de Ogas. «Este carballo, cando eu estaba aquí, non levantaba máis que
así [un palmo] e estaba rodeado de ladróns. Mira agora... As árbores están máis
voluminosas...». También consiguió que le diesen permiso para hacer la
carretera hasta la Carballeira baiesa. A sus 89 años, viudo, con dos hijas,
tres nietos (entre ellos el presidente de Río e Mar, David Brandariz) y dos
bisnietos, José no tiene tiempo a aburrirse. Se levanta, hace el desayuno, se
toma su café y lee el periódico. El tiempo se le va bien entre los árboles
frutales de la huerta: «¡E se hai que plantar patacas, tamén!».
Fuente: La Voz de Galicia
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