Galicia no
puede entenderse sin merluza, sardina y congrio. Pero tampoco sin lamprea,
salmón o angula, esas especies a ratos marinas y a ratos continentales tan
vinculadas, sobre todo, al río Miño. De esas especies migratorias habló en el
Foro dos Recursos Mariños de O Grove Fernando Cobo, doctor en Biología y
director de la estación de hidrobiología Encoro do Con, que detalló el estado
de esas variedades en Galicia, acompañando ese resumen de numerosas
curiosidades sobre cada población.
La de la
anguila, además de apasionante, aparece plagada de conocidos personajes. El
primero, Aristóteles, que aseguraba que la angula provenía «de las entrañas de
la tierra», directamente del fango. Eso se debe a las dificultades para
encontrar en el ejemplar gónadas, ovarios, testículos o resquicios de su
sexualidad. Que se lo digan a Freud (sí, el mismo Sigmund Freud), que en su
primera investigación llegó a abrir más de 400 anguilas para tratar de dar con
los testículos del animal. «No los encontró nunca», dijo Cobo, pero el empeño
del neurólogo austríaco da para más de un chascarrillo con lo del trauma que
pudo suponer esa infructuosa empresa y su relación con el complejo de
castración que describió el precursor del psicoanálisis.
También la
Carlsberg, sí, la conocida cerveza danesa que se tenía a sí misma por
probablemente la mejor del mundo -confiando en que Hijos de Rivera no esté
escuchando-, tiene relación con la angula, aunque en este caso por filiación política.
Su millonario propietario, J. C. Jacobsen, fue el que financió la travesía en
barco que permitió a Johannes Schmidt descubrir que todas las angulas salían
del mar de los Sargazos y que de ahí se dispersaban hacia los ríos de América y
Europa. ¿Qué interés tenía el patriarca Carlsberg en la angula? Ninguno.
Básicamente cumplir el capricho del marido de su hija, empecinado en dar con el
misterio de los leptocéfalos. Un empeño al que dedicó 20 años y los otros diez
que tardaron en publicarle el estudio.
Y aún hoy,
dos siglos después, la anguila sigue siendo un misterio, acrecentado si cabe
porque apenas hay constancia de anguilas capturadas en alta mar, cuando
haberlas tiene que haberlas, dado que regresan de los ríos europeos al mar de
los Sargazos -en el Atlántico septentrional- para reproducirse.
Galicia no
escapa a la tendencia que la anguila muestra en toda Europa: su población ha
caído tanto que la Comisión Europea hizo saltar las alarmas y en el 2007 aprobó
un plan de recuperación de la especie. Un plan que obliga a destinar a
repoblación un 30 % de las angulas que se capturan, amén de prohibir
completamente su exportación a países asiáticos, que antes adquirían para su
engorde y posterior consumo ya convertidas en anguilas. En España ha habido un
descenso drástico de las capturas, en Asturias, Valencia, el delta del Ebro, el
País Vasco y, por supuesto, en el Miño, que los pescadores gallegos comparten
con los portugueses.
Ahora bien,
Fernando Cobo defendió que los reglamentos que establecen el plan de
recuperación de la anguila están obsoletos. Así, permiten capturar ejemplares
cuando pasan de determinado tamaño cuando son precisamente esas piezas las que
tendrían que emprender el regreso al mar de los Sargazos para reproducirse y
dar continuidad a la especie.
Otra
cuestión atañe a ese 30 % que debe dedicarse a repoblación «en lugares de
acceso al mar». Está estipulado el porcentaje, pero no quién debe repoblar y
mucho menos quién debe correr con los gastos, en especial en un río
transfronterizo como el Miño: «¿La Xunta de Galicia? ¿Medio Ambiente de
Portugal? Llegó a plantearse que fuese la Armada, dado que forma parte de la
comisión de límites, explicó Cobo.
Así que lo
que se hace es permitir que los pescadores vendan todo lo que capturen y
detraer ese 30 % de los miles de angulas que se concentran en el embalse de
Fieira, a donde les lleva esa memoria genética que les conduce al sitio de
donde salieron sus padres y que les hace oler a miles de kilómetros de
distancia partículas infinitesimales de agua dulce. Ni que decir tiene que el
aroma del Miño atrae manadas de leptocéfalos.
El periplo
vital de la lamprea es, a juicio de Cobo, una metáfora «muy triste» de nuestra
vida. Nace en el río, madura en el mar y vuelve de nuevo a las aguas dulces
para reproducirse una sola vez y morir. Pero en ese regreso ya está medio
ciega, sin dientes, con serios problemas de corazón y con el hígado
hipertrofiado porque acumula demasiada grasa.
Galicia es
zona de gran abundancia de larvas. En Escandinavia, por ejemplo, su presencia
es testimonial. El aspecto extraño que le confiere el no tener mandíbula la ha
convertido en protagonista de no pocas leyendas y está metida en el folclore de
Galicia y de Portugal, donde se captura, se vende y se consume. Y tanto que se
consume. Según Cobo, si se suma toda la lamprea que se sirve en los restaurantes
del Baixo Miño, el resultado es diez veces superior a las capturas que se
declaran.
El grupo de
Cobo consiguió por primera vez en el mundo una recaptura de lamprea en el marco
de un programa de marcado que realizaron. Fue la única que recuperaron de las
3.000 que señalizaron. 116 marcas se encontraron en un comedero de garzas; una,
en excrementos de nutria; de otros cientos nunca más se supo, y una la capturó
un pescador al que los biólogos recompensaron con un jamón y una botella de
whisky. La encontró 13 meses y medio después de su suelta y en ese espacio
había tenido un crecimiento espectacular: «Se liberó con 22 centímetros y 20
gramos de peso y se recogió con casi 90 centímetros y 1,2 kilos. Una auténtica
lotería, pues, a diferencia del gallego, la lamprea no es morriñenta y no
vuelve al lugar donde nació, sino al primer caudal de agua dulce que encuentre.
Fuente: La
Voz de Galicia
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