El océano es cada vez más vulnerable, más expuesto al cambio
climático y con un grado de contaminación del que no se libra ni el lugar más
remoto ni el espacio más profundo. Pero también es más rico y variado de lo que
se pensaba, con una biomasa de peces por debajo de los mil metros de
profundidad mayor de lo que se creía y con una enorme cantidad de
microorganismos desconocidos para la ciencia y con potencial valor médico e
industrial. Esta es la visión mostrada ayer en Barcelona por los científicos
que participaron en la expedición Malaspina, la mayor investigación mundial
sobre el estado de los océanos en la que han participado cerca de cincuenta
grupos de científicos liderados por el CSIC, entre ellos varios gallegos, que
han recorrido los mares del planeta recogiendo muestras y chequeando su estado
de salud a bordo de los buques Hespérides y Sarmiento de Gamboa, este último
con base en Vigo.
Los resultados presentados ayer, tres años después de
concluir la vuelta al mundo, son solo el 10 % de los que se esperan obtener.
«Aún nos quedan por delante diez años de trabajo», explica Carlos Duarte, el
coordinador de un proyecto que también que implicó a otros 18 países.
A falta de más datos, las primeras conclusiones son
contundentes. La primera confirma una sospecha: la contaminación no se limita a
las zonas costeras, sino que alcanza las más remotas del océano. Pero lo más
llamativo es que esta polución llega al mar a través de la atmósfera, que
deposita desde dioxinas, compuestos perfluorados, PVC, PCBs y una larga lista
de materiales tóxicos. Es más, los científicos determinaron que el mayor aporte
de hidrocarburos aromáticos policíclicos (PAHs) no llega a las aguas por los
vertidos accidentales de petroleros como el Prestige, sino a través del aire.
Dicho de otra forma, esto significa que los procesos de combustión de las
industrias o de los motores de los coches tienen más incidencia en la contaminación
marina que los superpetroleros. «No encontramos ninguna zona libre de contaminación»,
corrobora Duarte.
Los investigadores también se encontraron con alguna
sorpresa: las islas de plásticos en el océano son un mito. Es cierto que el
depósito de este material es uno de los grandes problemas de las aguas, porque
pasan a la cadena trófica, pero la cantidad de plásticos hallada es el 1 % de
la que se podía esperar, aproximadamente 200 gramos por cada kilómetro cuadrado.
«Esto no significa que no se haya tirado, sino que no sabemos donde está».
Quizás, se apunta como hipótesis, algún tipo de bacterias pudo haberlo
destruido, o, quizás, fue ingerido por los peces abisales.
Fuente: La Voz de Galicia
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