El Palomo fue un
bergantín de la Marina de guerra española, que naufragó junto a la fragata Santa María Magdalena el 2 de noviembre
de 1810 en la Ría de Viveiro, Lugo (España). Se estima que más de 500 personas
perdieron la vida esa noche.
El 2 de noviembre de 1810, la playa de Covas, en Lugo, amanecía con centenares de cadáveres sobre su arena. Dos de ellos permanecían fundidos en un abrazo. Se había producido uno de los desastres marítimos más importantes de la historia de Galicia, el hundimiento de la fragata Santa María Magdalena y del bergantín Palomo, ambos navíos pertenecientes a la Armada española. Este trágico acontecimiento trajo consigo un cambio en la navegación de los buques militares españoles.
El Palomo fue
construido en Ferrol en 1795, como San
Germán y posteriormente renombrado como Palomo.
Iba armado con de 18 a 22 cañones. A su botadura realizó numerosos
servicios como buque correo entre España y las colonias americanas.
La ruina económica del país en aquella época, que no era ni más
ni menos que los estertores del imperio colonial español, condujo a algunos
naufragios propiciados por el mal estado de la flota. En el caso que nos ocupa,
por no poder contar con su cargo reglamentario de anclas.
Pero volvamos a los hechos. Los dos buques antes
mencionados, formaban parte de la flota hispano-inglesa que, al mando del
capitán Joaquín Zarauz, tenía como misión defender la costa cantábrica contra
los ataques de los franceses. Completaban la flota el corsario Insurgente Roncalesa, una balandra inglesa
y 20 buques de transporte.
Zarpan de La Coruña el 14 de octubre de 1810. Al pasar por
Ribadeo se les unen la goleta Liniers
y los cañoneros Corzo, Estrago, Gorrión y
Sorpresa, así como quince transportes más. En la tarde del día 18, fondean
en Gijón para desembarcar al día siguiente las fuerzas del ejército, que
atacarían la ciudad asturiana, consiguiendo así que las fuerzas francesas se
replegasen. Terminada la acción, se dirigen a Santoña el día 23, justo cuando
se declara un viento noroeste muy fuerte. Esto provoca que los buques más
grandes echen cabos, mientras que los cuatro cañoneros se hunden, aunque se
salvan sus respectivas tripulaciones.
Con la mejora del tiempo y dispersada la flota, se dirigen
el día 29 al puerto de Viveiro, en busca de cobijo, la fragata Magdalena, el bergantín Palomo, dos transportes y la fragata
inglesa Narcisus. El 2 noviembre se
declara un fuerte temporal de componente norte, y esa noche piden auxilio con
bengalas y cañonazos. Las dificultades eran especiales para el Magdalena y el Palomo, sobre todo para el primero, que ya había perdido un ancla
en Santoña, suceso funesto para cualquier barco. El temporal destrozó el casco
del Magdalena y no tardó en irse a
pique. El Palomo fue arrastrado por
las olas a la playa de Sacido.
Solo se salvó un oficial y 24 tripulantes. Murió su comandante, el teniente de fragata don José Bustamante, el alférez de navío don Francisco Montes, el primer piloto don Leandro Zaralegui, los terceros pilotos don José Andreu, don Matías de la Fuente y el cirujano don Juan Romero.
Murieron 70 hombres del Palomo,
que junto con los 480 del otro navío, subieron la cifra total de fallecidos a
550, lo que lo convierten en una de las mayores tragedias marítimas ocurridas
en la costa española.
Los cadáveres fueron enterrados por los vecinos en las dunas.
Esta tragedia tuvo una enorme repercusión en toda España. Los dos cadáveres
abrazados eran precisamente el capitán del Magdelena,
Blas Salcedo y su hijo, Blas Salcedo Reguera, guardiamarina. Al parecer, cuando
el hijo del comandante se encontraba prácticamente en la orilla oyó la voz de
su padre pidiendo ayuda desde la fragata. Entonces, sin pensárselo dos veces,
exhausto como estaba, fue a intentar salvarlo. Lamentablemente, ambos murieron
en el mar. Posteriormente, este suceso hizo que la Armada prohibiese el
embarque de padres e hijos o hermanos en el mismo barco mediante la
promulgación de una real orden de las recién creadas Cortes de Cádiz. Esta
orden, que parece que sigue vigente, pretende impedir que un marino tome
decisiones erróneas basadas en la comprensible preocupación por la situación de
sus familiares directos, hecho por otro lado no está certificado que ocurriera
en el caso de la Magdalena.
Por increíble que parezca, ambos naufragios cayeron en el
olvido, excepto para las gentes de la zona que lo recuerdan cada día al vagar
por la playa. Una zona ahora resguardada (gracias al nuevo puerto) a poca
profundidad y fácil de bucear incluso por los menos expertos.
A finales del Siglo XIX, una empresa extranjera, realizó
varios trabajos en la zona. Descubrieron uno de los cañones que portaba la Magdalena (el más pequeño). Con dicha pieza y un ancla, se levantó en 1934 un
sencillo monumento a los náufragos de aquella noche. Su placa reza: “A los 550
náufragos del bergantín Palomo y de la fragata Magdalena sucumbidos en esta
playa el 2 de noviembre de 1810”.
En la ensenada de Sacido, está localizado el pecio del Palomo, que supuestamente
se partió en dos. Es una zona complicada para ver restos, porque desde que se
hundió comenzaron a taparse, a ser sedimentados. En estos momentos están
bastante tapados y que la integridad del pecio está bastante intacta.
Además, cuenta la leyenda que, si se pasea por la playa de Covas la noche de todos los Santos, fecha en la que ocurrió el naufragio, aún hoy se puede llegar oír el grito del guardiamarina: «Padre aguanta, voy a salvarte» y las gentes de mar de esa zona aseguran que algunas noches entre el 1 y 2 de noviembre, casi al alba, entre las olas puede llegar a aparecer un joven con el uniforme de catorce botones de los guardiamarinas, adentrándose en la mar en dirección a los Castelos, para intentar ayudar a un comandante que estaba intentando alcanzar la orilla.
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