El artículo lleva por título: "El salmón, por la senda del Urogallo"
Se reproduce a continuación:
La administración fluvial asturiana -y supongo que muy pronto la cántabra, imitadora incondicional de los yerros de su vecina- acaba de anunciar una nueva vuelta de tuerca en su política de expulsión de los pescadores de las riberas salmoneras, como respuesta al fracaso de su propia política de fomento de las poblaciones más meridionales del salmón del Atlántico en Europa.
Al grito de ¡pescadores, culpables! sólo proponen reducir días y cupos de pesca para conservar desde las poltronas, a costa de los pescadores, su penoso disfraz de protectores de unos ecosistemas cada vez más dañados por su incuria y su ineptitud. De las últimas prohibiciones anunciadas a la veda total de la pesca del salmón en los ríos del Cantábrico ya sólo les queda un paso.
Ese paso de la veda total de su caza se dio en 1979, como medida de protección del urogallo en la Cordillera Cantábrica. ¿Resultado? Vaya el lector curioso a las páginas de Internet para comprobar que los censos más optimistas acreditan una disminución del 75-80% de las poblaciones contabilizadas hace 30 años. Excluidos los cazadores, ¿a quien le echan la culpa ahora? Pues al cambio climático, ¡faltaría más!
Entre tanto, como el ‘ecolojetismo’ prohibicionista tiene vedada la autocrítica, se siguen derrochando euros para financiar investigaciones, en cantidades directamente proporcionales al ritmo de desaparición de la especie, porque el ’stablishment’ oficial no puede aceptar lo obvio: que, sin las rentas de su caza, es decir, sin cazadores, proliferan cada año que pasa los depredadores (zorros, jabalíes…) del urogallo y de sus nidos en el suelo; han aumentado los competidores (ciervos, gamos…) o ha invadido su territorio la ganadería (caballos, vacas…) arrasando los arandanales, base de su pobre alimentación; y han desaparecido los guardas de vocación que amanecían en los cantaderos para prevenir el ataque de los furtivos en la época de celo.
Para llegar a estas conclusiones no hacen falta subvenciones públicas ni tesis doctorales. Basta preguntar a los habitantes de los pueblos de la montaña, en Asturias, en Cantabria o en Rumanía, para saber cómo la caza y los cazadores protegían el urogallo, y por qué la veda y el ecolojetismo prohibicionista están provocando la extinción de su especie.
Remontándonos más atrás, recordaré que el último bucardo del Pirineo murió en 2000 en el Parque Nacional de Ordesa, el segundo más antiguo de España (1918) después del de Covadonga, mientras su especie, la cabra hispánica, se salvaba de la extinción gracias al viejo Coto Nacional de Caza de Gredos (de Real creación, pero respetado por la República) o a las Reservas Nacionales de Caza, desde Cazorla a Riaño, pasando por Las Batuecas. Los hechos son tercos y no aceptan manipulaciones.
La historia se repite con el salmón. Las estadísticas anuales de capturas del salmón en los ríos del Cantábrico continúan reflejando tercamente el fracaso de las negativas, inoperantes y burocráticas medidas administrativas de los gobiernos regionales, pero sus responsables contestan escondiéndose, señalando a los pescadores como culpables, y castigándolos con la normativa.
Estos nuevos iconoclastas de la Naturaleza, instalados cómodamente en sus despachos, y amparados por el poder político de turno, se niegan a aceptar que el pescador es el primer protector porque, sencillamente, su afición nace del amor al río. Donde hay un pescador hay un vigilante y un cuidador del río. Además, el pescador de caña más desaprensivo, el más aficionado a ‘grampinar’, jamás podría acabar con los salmones. Con los salmones acaban los del fusil subacuático, los del arpón y los de las redes, que actúan todo el año cuando no hay pescadores cerca, y cuando un SEPRONA mal dirigido no se molesta en vigilar las riberas, como si su tarea comenzara y acabara en el control de licencias a los pescadores honrados, dejando de paso en mal lugar a la guardería fluvial.
Los grandes enemigos de los salmones fueron antaño las grandes presas del franquismo (ver los ejemplos del Navia, Narcea o Nansa), y son ahora con la democracia las jugosas concesiones de minicentrales (como la que amenaza al Pas en Puente Viesgo), los capturaderos (ver el de Batuerto en el Asón) y las minipresas (la última se construye en Carandía en el Pas) que obstaculizan su ascenso; los encauzamientos salvajes que destrozan los ecosistemas ribereños (ver el Pas, el Narcea y el Deva-Cares, o el Sella en Arriondas); la extracción irresponsable de áridos en los cauces fluviales ( con el Pas a la cabeza), o el desastroso impacto ambiental de los acondicionamientos de carreteras (ver la Panes-Niserias en el Cares, o la Soto de los Infantes-Cornellana-Pravia en el Narcea), que acaban por convertir los frondosos ríos norteños en desnudos canales sin vida; y las canoas sin matrícula ni control, libres de impuestos, que hostigan mañana y tarde (ver el Sella) a los salmones en sus posturas de descanso.
Pesquerías en el mar aparte, con el salmón están acabando también los envenenamientos incontrolados procedentes de ganaderías e industrias, así como las redes de saneamiento de los pueblos que recogen canalizados los vertidos urbanos, antes diluidos, y ahora los vierten concentrados a los ríos, sin depurar. Con los alevines de salmón están acabando las garzas y cormoranes, desconocidos en las riberas hasta hace 2 ó 3 lustros, y la multiplicación de las nutrias que hoy son plaga en casi todos los antiguos santuarios del salmón. Sin olvidar la creciente contaminación de las aguas de escorrentía en las partes altas de las cuencas fluviales por el uso de abonos químicos sustituyendo a los orgánicos, en paralelo a la falta de piscifactorías de cabecera en aguas puras, que contrarresten este nuevo fenómeno, como hacen en Islandia los administradores de los ríos principales del país con los recursos de la pesca del salmón. ¿Dónde están las piscifactorías que sustituyan en el siglo XXI a las históricas de El Veral (Lugo), Infiesto (Asturias) o Ampuero (Cantabria), protagonistas de la recuperación del salmón a mediados del siglo XX? ¿Porqué no imitamos a los navarros con su Bidasoa regenerado?.
¿Qué han hecho o hacen los déspotas de las administraciones regionales y los prohibicionistas del movimiento ‘ecolojeta’ por evitar todo lo anterior? Sencillamente, nada. Miran para otro lado, incrementan la burocracia y las subvenciones, multiplican el parque móvil, levantan los ridículos puestos de precintaje a costa del contribuyente… y ¡leña a los pescadores!.
¿Sienten alguna inquietud por preservar la ancestral cultura fluvial, desde la rica toponimia a la conservación de las artes de pesca, pasando por el enaltecimiento de la figura tradicional del ribereño, o por el respeto al pescador aficionado? Ninguna. Nuestros todopoderosos burócratas ni siquiera se molestan en seleccionar a los candidatos a guardarríos por su conocimiento de las orillas, de las posturas y de los hábitos de los peces según las aguas, o por su destreza en el manejo de la caña, oposiciones y pruebas en las que nadie ganaría a los alumnos de las universidades de la ribera, sino que los examinan de derecho administrativo y del estatuto de autonomía. Así, nadie les puede reprochar su ignorancia sobre los peces y los ríos. ¿Se imaginan el resultado, salvo honrosas y contadas excepciones, de este sistema de selección si se aplicara para los médicos, los ingenieros o los maquinistas de tren? Pues en estas manos está la salud física y espiritual de nuestros ríos.
Algo de culpa la tenemos también nosotros los pescadores que, organizados en asociaciones cada vez más pequeñas y divididas, hemos entrado en el juego de la normativa negativa y de la burocracia, y nos hemos limitado a negociar las prohibiciones, en lugar de concentrar nuestra fuerza y nuestra voz unitaria ante las administraciones en la denuncia de sus ineptitudes y carencias, y en la exigencia de medidas positivas de defensa y protección de los ríos y los salmones. Si hubiera salmones abundantes en nuestros ríos sobrarían los cupos, los tramos acotados y los sorteos. Bastaría la ley del turno de media hora para que cualquiera pesque en el río que le apetezca, el día que le dé la gana, y a la hora que le convenga. Y que la suerte… y el arte de cada pescador, con permiso de los salmones, haga el resto.
Por la senda actual, ya nos conformamos con un coto al año, y con un salmón cada tres años. A menos no podemos ir. ¿No es hora de plantarnos? ¿No es hora de que, antes de que ellos nos echen definitivamente del río a los pescadores, los pescadores los echemos a ellos de sus poltronas? Si nos lo proponemos, podemos hacerlo pronto. Democráticamente, por supuesto.
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