jueves, 31 de mayo de 2012
Billones con ´b´ de burrada
Por ÁNXEL VENCE
Perder cuatro billones (con be) de pesetas es mérito que no está al alcance de cualquiera, como bien acaban de demostrar los gestores de las cajas de ahorros agrupadas en la quiebra de Bankia. Para vaciar de tal modo la hucha hay que tener mucho doctorado, un buen surtido de másteres y acreditada experiencia en el mundo de las finanzas, como de hecho la tenían los ejecutivos de ese banco presidido en su último año por todo un exdirector del Fondo Monetario Internacional.
Pasa lo mismo con las quinielas. Tan difícil es acertar los quince resultados como errar en todos, por más que el reglamento no contemple premio alguno para los que fallan. Mucho más justa en sus procedimientos, la banca ha otorgado indemnizaciones de 2.000 millones y 3.000 millones de pesetas a algunos de los capitanes responsables de que sus naves embarrancasen en las rocas de la insolvencia, a fuerza de no atinar ni una. Algo así como si la naviera del capitán Schettino hubiese premiado con un bonus millonario al jefe del Costa Concordia que mandó el barco a pique.
Ninguna razón hay para sorprenderse, si se tiene en cuenta que el de la banca es un mundo aparte y algo metafísico, gobernado por reglas que contradicen las de uso común en otros ámbitos. Lo importante en el caso de los bancos es manejar números astronómicos: y tanto da a efectos contables que se trate de pérdidas o de ganancias si la cifra supera el billón, con be de burrada.
La teoría de los grandes números ha funcionado desde siempre en el ramo de las tiendas del dinero. Se decía en cita famosamente repetida que si un cliente debe diez mil euros al banco, el cliente tiene un problema; pero si consigue adeudarle diez millones es más bien el banco el que tiene un problema con él. Tanto da si rojos o negros, la cosa es cuestión de números: cuanto más gordos, mejor.
Perder o ganar es lo de menos. No está lejana aún la época en que los bancos adoptaban la costumbre de exhibir orgullosamente sus ganancias a estas alturas del año. El porcentaje de beneficios superaba siempre al del ejercicio anterior en una carrera hacia la opulencia que parecía no tener fin. Probablemente fue eso lo que llevó al anterior presidente Zapatero a afirmar ante un perplejo auditorio de Wall Street que la banca española era la más sólida del mundo.
Infelizmente, la contabilidad creativa de los bancos ha dejado un agujero que ni siquiera los bolsillos ya exhaustos del contribuyente alcanzan para tapar. Empezando por el Banco de España, nadie advirtió de que los banqueros valoraban como ilusorios lingotes de oro los muchos ladrillos acumulados en sus cuentas. El estallido de la burbuja inmobiliaria -tan previsible- hizo que ese ejercicio de imaginación aplicada a los números saltase por los aires: y todo ello trae ahora como consecuencia la amenaza cada día más real de que España entre en default.
Solo las reglas de la banca ofrecen, paradójicamente, un cierto consuelo frente a la catástrofe que al parecer se nos viene encima. Si la experiencia bancaria sugiere que cuanto más deba uno, menos posibilidades habrá de que pague, los cuatro billones de Bankia -y los que puedan aflorar en las auditorías- son una deuda lo bastante cuantiosa como para garantizar su impago. Aunque es dudoso, eso sí, que la burrada billonaria nos vaya a salir gratis.
anxel@arrakis.es
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