Compañeros y compañeras y amigos y amigas de los pescadores y pescadoras se manifestaron por los derechos de los trabajadores y trabajadoras |
Después de años oyendo esa sarta de estupideces que cursan por el lenguaje público propiciadas por las ocurrencias adanistas que sembró el gobierno precedente, la RAE parece haberse llamado a la parte para poner algún freno a eso de "compañeros y compañeras", "vascos y vascas", etc.
La gramática española, bastante bien plegada a nuestras formas expresivas y con una capacidad de adaptación a cambios e innovaciones más que notable, viene siendo torturada con el estrambótico afán de que el sexo femenino no se vea presuntamente preterido por el uso genérico del masculino.
Fue más sencillo de implementar que otros de los "nuevos derechos" pues en éste no era preciso pasar unos años por la fase previa de la despenalización, caso del aborto, lo cual confería al asunto un aire intrascendente. Y terminó por colar; no hay más que escuchar algún mitin socialista para acabar mareado por esa gratuita letanía masculino-femenina, aunque su gran promotor fuera aquel lendakari peneuvista apellidado Ibarretxe.
Eso sí, cuando el sustantivo en cuestión termina en una femenina "a" -¿por qué la "a" habrá de ser femenina?- a nadie se le ocurre pretender reciprocidad: "sindicalistas y sindicalistos", "periodistas y periodistos", "dentistas y dentistos", "accionistas y accionistos". En fin... Como el aceite, la mancha se ha extendido más de la cuenta, sobre todo en los países latinoamericanos y más concretamente en los que gobiernan los populismos. ¿A cuento de qué tanta bobada?
Advierte la Academia contra esa especie de guías maleducadoras de la ciudadanía con el sencillo razonamiento de que el uso de ese tipo de normas "antisexistas", así sus promotores las denominan, acabaría haciendo ininteligible las conversaciones. Aunque ocasiones se den en que para un mejor entendimiento sí que haya que usar el desdoble. Caso típico: la respuesta a la cuestión ¿cuántos hermanos tiene usted? "Dos hermanos y una hermana", por ejemplo, aclara la realidad mejor que responder simplemente "tres".
Lo curioso del caso es que fue entre quienes hablan inglés, idioma que no diferencia el masculino del femenino, donde nacieron las primeras reivindicaciones feministas, desde Mary Wollstonecraft en el siglo XVIII hasta Lydia Becker y su National Society for woman's suffrage, de mediados del XIX, hasta el sufragismo que logró extender por medio mundo el ensayo The Subjection of woman, del liberal Stuart Mill.
Conservadoras más que liberales fueron aquí las primeras feministas, fundadoras del Centro Iberoamericano de Cultura Popular Femenina, en Madrid, y de la Lliga Patriòtica de Dames, en Barcelona. Pero de ahí hasta que la radical Clara Campoamor ganara la enmienda al art. 25 en la Constitución de la II República tuvo que pasar un cuarto de siglo. A ninguna de ellas se les ocurrieron tantas bobadas como a las sedicentes feministas que la cuota que del talento hicieron florecer en los últimos años. Lástima.
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