lunes, 21 de julio de 2014

Historia de la actividad pesquera en Corcubión







El puerto de Corcubión, según la historiadora Elisa Ferreiro Priegue, no se documenta en las cartas y portulanos de Benincasa, Vesconte, Bianco, el Anónimo Mallorquín y Cresqués en los siglos XIV y XV, algo que sí se hace con el puerto de Cee--en un portulario de 1313 y en otro de 1375 y también en una guía de navegación italiana fechada en Venecia en 1400-, apareciendo por vez primera el nombre de Corcubión en un documento de 1457 con la forma Corcobión, y en otro portulario de 1598 de Fernández Ojea, titulado, Descripción del Reyno de Galicia, ya con el nombre de Corcubión.

El mar, para los corcubioneses de antaño, era su hacienda, su campo, su vida. La pescada de bajura constituía la más importante fuente de riqueza durante los siglos medievales, el factor más condicionante y la característica principal de la población, dedicada casi en exclusiva al despegue de la industria doméstica de la pesca y de la salazón. La inmensa mayoría de la población activa corcubionesa se ocupaba en las labores pesqueras, al igual que en las demás poblaciones litorales de la Costa da Morte, consumiendo sobre todo pescado y contando con una reducida flota de pequeñas dimensiones que capturaban sobre todo sardina con redes tradicionales como el xeito o jeito, el cerco y la sacada. También el congrio y la merluza pescados por los cordeleyros mediante el sistema de corda e liña, además de rodaballo, abadejo, ostras, vieiras o almejas, entre otras especies. Se practicaba asimismo la pesca en solitario por medio de pequeños botes, o desde tierra, pescadores individuales o pequeñas compañas..., faenando en el centro de la ría algunos trincados y pinazas con el Cerco Real, recogiendo las redes pequeñas embarcaciones de enlace para dirigirse hacia las playas en donde se congregaba la gente para la faena.

A finales del siglo XVI, ya fuera de la época medieval, el puerto de Corcubión contaba con una flota de 19 pequeñas embarcaciones -con una vida media de 6 a 12 años, todas ellas de muy pobre construcción-, afirmándose en un documento que «nesta vila non hai nabios senón barquiños pequenos», capturando sobre todo sardina, congrio y merluza mediante corda e liña, calculándose el volumen de pesca entre 70 a 80 Qm. de congrio y unos 210 quiñones de sardina.

En 1338, la sal se convirtió en monopolio de la Corona. Nacieron los Alfolíes situados en determinados puertos privilegiados por el rey, convirtiendo su explotación y tenencia en una renta arrendada. Funcionaron primero en Muros y Noia y a fines del siglo XV en Fisterra, Cee y Muxía, abriéndose posteriormente en Corcubión. Mantuvo el Alfolí de Fisterra varios conflictos con los de Muros y Noia por el abastecimiento a los pescadores foráneos, vascos y cántabros. En la época medieval, y por no poseer alfolí o depósito de sal, los corcubioneses vendían en medio de la ría el pescado en fresco a los barcos de Muros y Noia, esperando a los galeones intermediarios para trasvasar la pesca, comercializándose el resto en fresco entre las aldeas próximas y entre los habitantes del pueblo, salándose también o secándose para consumo doméstico durante el invierno.

Pero, a raíz de 1456, y después de que el rey prohibiese explícitamente la actividad de salado o salazón, secado y ahumado, se reinstaló en Corcubión una creciente industria, aunque eminentemente doméstica: cada casa de pescadores, casi todas las del pueblo, tenía en sus bajos pequeños lagares o pilas de salar, en las que preparaban el pescado tanto para consumo familiar como para posible venta. La merluza seca y salada y el congrio seco -comida en aquel entonces preferentemente en días de penitencia- eran productos consumidos en tierras del interior, vendiéndose por docena. No quiere decir doce unidades por lote, ya que siempre era un número mayor que este, envasándose para la venta al exterior en tabales, barriles o toneles, cestos, canastas o cestones, mientras que los congrios y las merluzas eran secados en fardos de tela o arpillera atados con cuerdas.

Además de ayudar en estas labores y en ciertas preparaciones menores del pescado, las mujeres corcubionesas, junto con el trabajo artesanal como palilleras, se ocupaban de las labores domésticas y del campo, de la fabricación de redes, hilando, preparando ostras escabechadas para exportar o colaborando en el transporte para la distribución de parte de la pesca por las aldeas o poblaciones del interior.

Era, pues, Corcubión, un mundo de mariñeiros y pescadores que habían huido de la relación de servidumbre mantenida por los labriegos con los señores de las tierras, asociándose en gremios o en cofradías para defender sus intereses. Los mareantes o mariñeiros -marinos mercantes, no de pesca- eran un estamento superior a los pescadores, y una minoría en Corcubión, concediéndoles el rey con el tiempo un status de hijosdalgo, a efectos puramente penales. En la localidad, un importante número de vecinos eran pescadores que realizaban actividades de fornecer cercos y sacadas, salgar, arengar y cargar, requiriendo embarcaciones y artes de pesca de una significativa inversión, mientras las de los pescadores individuales requerían poca y escaso personal. Otro importante número de vecinos eran pescadores tramalleiros, que no necesitaban más que un bote y tres o cuatro personas para tripularlo: proveían de pescado fresco al mercado local. Pertenecían a un escalón social inferior al de los mareantes y marinos, relegados a la categoría de moradores menores y sin decisión alguna en los asuntos municipales, con unas condiciones sociales generalmente muy modestas: «Pobres, de ordinario, y al parecer gente grosera, inculta, que no sabe escribir», dejó escrito el Cardenal Hoyo en sus Memorias datadas en 1620, aunque seguramente entre unos y otros habría grandes desigualdades.



Fuente: La Voz de Galicia

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