Unos niños a la salida de clase en la escuela unitaria de Leola, una comunidad amish del estado de Pensilvania |
Aunque los amish son mundialmente conocidos por su particular forma de vivir, ajena a los avances del siglo XX, lo cierto es que su presencia en el territorio estadounidense es apenas apreciable en contraposición a otros cultos. Considerados como una minoría dentro de Estados Unidos, se calcula que en la actualidad hasta 250.000 amish residen en el país de las libertades, al que llegaron exiliados de Europa el siglo XIX.
La mayoría de los que desembarcaron entonces provenían de Alemania, Suiza u Holanda, así como de algunas partes de Alsacia, donde la práctica de esta religión estaba prohibida. En aquella época, EE.UU. era considerado por muchos como un paraíso de la libertad religiosa, un estatus que sigue conservando a día de hoy.
Entre los privilegios que los amish poseen en su nuevo país se cuentan, por ejemplo, la exención de impuestos federales o el permiso para contratar como fuerza laboral a los menores de 14 años, algo estrictamente prohibido para el resto de los estadounidenses.
Según la tradición amish, ningún menor debe estudiar más allá de la adolescencia, por lo que la mayoría de los niños son educados en una clase común que enseña una maestra amish, normalmente una mujer soltera.
También, y porque la mayoría de los amish proceden de comunidades menores de 200 personas, muchos de los miembros de esta Iglesia acarrean problemas genéticos derivados del matrimonio entre familiares.
Como contrapartida, y según el último estudio de la Universidad de Ohio, los amish poseen un 37 % de posibilidades menos de contraer cáncer y menos enfermedades cardiovasculares.
El ser amish incluye también la oportunidad de vivir en el mundo normal durante al menos 16 meses, un período tras el cual los jóvenes deben decidir si se quedan en el mundo de los ingleses (la sociedad moderna) o si regresan a su casa.
La teóricamente apacible vida amish se ve interrumpida de vez en cuando por algún suceso. El último ocurrió en octubre y se puede calificar como uno de los actos criminales más extraños de Estados Unidos. El día 4 de octubre, Emanuel Shrock, un joven amish invitó a su padre a cenar en Millersburg (Ohio) para poner paz entre ellos tras más de cuatro años sin mantener contacto alguno. Pero lo que debía haber sido una agradable comida familiar acabó convirtiéndose en un delito federal después de que Shrock y otros tres hombres afeitaran a la fuerza la barba del anciano.
En la tradición amish, la barba del hombre y el pelo de la mujer son considerados como un elemento sagrado.
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