Ni Santa Comba es Triana. Ni en O Grove airean las amarguras cantando por soleares. Ni Camarón reposa en el Panteón de Galegos Ilustres amortajado con su camisa rota. Pero pudiera parecerlo. Principalmente a los que se atreven a sumar el número de licencias de tablaos flamencos que hay en Galicia. Licencia para taconear, pero solo sobre los horarios y las normas. Porque seguramente las únicas bulerías que han sonado en la mayoría de estos locales son las de Bisbal. Y si los asistentes han hecho girar sus muñecas era con el simple objetivo de agitar el hielo que poblaba sus vasos.
Un chanchullo de nada, dirán algunos. Un pecado venial en tiempos de crisis. Pero esos pequeños defectos de funcionamiento de una comunidad o de un país explican que algunos sistemas crujan más que otros cuando los números les aprietan las tuercas. Grandes males nacen en la ambigüedad de la norma y en la flojera de la aplicación de la ley. Abonan el reino de los listos, de la desigualdad de oportunidades y de la economía sumergida. Pan para unos pocos hoy y hambre para muchos mañana.
No vendría mal resucitar al gran René Magritte, que pintó una pipa y tituló el cuadro Esto no es una pipa. Un aviso a navegantes que sirve para hoy. Quizás, a la licencia de un tablao gallego habría que añadirle la coletilla aclaratoria «esto no es un tablao». A algunas casas, supuestamente con todo en regla, habría que colgarles el cartel «esto no es una vivienda legal». Y algunos ciudadanos, asaltados por el empuje de los mercados y por el desbarajuste nacional propio, seguramente tendrán en la cabeza otra etiqueta. Esto no es Europa.
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