El «corno» suele llegar vivo a las lonjas |
En las más de cien cajas de pescado que en la tarde de un determinado día se rularon en la lonja de la localidad de Burela solo había a la venta una caracola marina de las que en Galicia se conocen como bucino, buguiña, cornecho o corno de mar. Una pesca marginal en nasas y miños, pero ese mismo día la Charonia lampas, tal es su nombre científico, entraba en el Catálogo galego de especies ameazadas para engrosar el por ahora contado número de moluscos con alarma de desaparición o de hábitat sensible.
¿Cómo ha llegado a esta situación? No se podría considerar del todo exótico el consumo de su carne en Galicia, pues sus restos aparecen en diversos concheros castreños, como demostraron arqueólogos de la Universidade de Santiago (J.?M. Vázquez y Carlos Rodríguez) al estudiar yacimientos de la Edad de Hierro, pero en la actualidad no es habitual en la cocina gallega. Si acaso, algo más conocida en la del sur de la comunidad. La plataforma tecnológica Pescadegalicia, dependiente de la Consellería do Mar, lo considera un «desafío gastronómico al lado de casa». «Para probar por primera vez, cuézalos bien con laurel y sal, pero no los pase, ya que después la carne, como ocurre con otros moluscos, incluido el pulpo, se pasa», recomienda. «Vai sobre todo para Andalucía -comentaba un comprador en Burela-, onde a cocen e fan lonchas con ela, adubadas con aceite e pemento».
Las conchas de ejemplares muertos son habituales como adorno |
Sobre el bajo precio que alcanza para quienes buscan preferentemente capturar pulpo, nécora o centollas en los aparejos, este mismo testigo no lo despreciaba del todo: «Pode ir a un euro e pico o quilo, pero iso é máis do que se paga algúns días a pescadilla». La escasez en otros mares, o los desequilibrios biológicos y cupos impuestos sobre algunas especies, generan una intensiva pesca de otras. Si las parejas de arrastre no pueden pescar bacaladilla o xarda, aumentarán la explotación de los bancos de merluza.
En el caso de especies raras aunque de amplia distribución en distintos mares templados y zonas tropicales, caso de la caracola Charonia lampas, confluyen el ser muy apreciada gastronómicamente en zonas como Andalucía o Japón (país al que se envía su carne congelada) y la presión que ejerce el coleccionismo, ya que la concha suelen recogerla algunos buceadores o los aficionados a los acuarios.
A la fragilidad de sus poblaciones también han contribuido la invasión de sus hábitats por construcciones levantadas en el litoral y la contaminación en las costas.
Al ser concha de gran talla, tuvo de antiguo entre los marinos uso como bocina de avisos, soplando a través de ella al surcar la niebla. En puertos gallegos aún existe la expresión «tocar o corno», como anuncio de abundosa pesca. Vendida su concha como recuerdo o adorno, sus formas en espiral inspiraron a artistas y muchos han «escuchado» el mar o poesía dentro de ellas.
Al contrario que la más rara Bolma rugosa, cuya concha no suele superar los 6 centímetros, que figura como especie en peligro de extinción en el catálogo gallego del 2007, la Charonia lampas ha tardado más en entrar. El Ministerio de Medio Ambiente ya la había declarado vulnerable (estatus por debajo del de peligro y peligro crítico) en junio de 1999. La Junta de Andalucía lo hizo en el 2003. Y en las costas catalanas han empezado a reintroducirla, al perder gran parte de sus poblaciones. El tiempo corre en contra de este voraz depredador de estrellas y erizos -no confundir con la más alargada Charonia tritonis-, pues los planes concretos de conservación suelen tardar. Ni se le prestó gran atención en los arrastreros gallegos, donde aparece al pasar el aparejo por fondos rocosos.
La recomendación más habitual para preservarla es devolver los ejemplares vivos al mar, aunque parece más abundante en ciertos mares. En 2010 se comercializaron en las lonjas gallegas 2.707 kilogramos, por un importe que no llegó a los 4.000 euros. Burela fue el puerto principal, con 1.937 kilos, seguido de Vigo, Baiona y A Guarda, siendo esta la lonja donde mejor se paga (3,11 euros el kilo). En Burela se han vendido en 2011, 800 kilos de estos moluscos que viven hasta 30 años.
Los 1.937 kilos vendidos en Burela en el 2010 apenas rentaron 2.100 euros.
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